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MATERNIDAD SAGRADA

MATERNIDAD SAGRADA

«Da las siguientes instrucciones al pueblo de Israel: si una mujer queda embarazada y da a luz un varón, será ceremonialmente impura por siete días, así como es impura durante su período menstrual» (Lv 12:2 NTV).

Según la enseñanza de Levítico, algunas formas de impureza ceremonial no eran necesariamente pecaminosas. El parto no era un acto pecaminoso; sin embargo, Dios exigía que la mujer se purificara antes de acercarse al tabernáculo y participar en el culto israelita. Si daba a luz a un varón, era considerada impura durante siete días y debía esperar treinta y tres días más para quedar completamente purificada del flujo de sangre del parto. Si tenía una hija, el tiempo de impureza se duplicaba. Independientemente de si daba a luz a un hijo o una hija, debía presentar un cordero como holocausto y un pichón de paloma como ofrenda de purificación. Para Dios, la pureza no solo implicaba estar libre de impurezas físicas, sino también morales y espirituales. No obstante, mantener la pureza ceremonial era igualmente importante mediante la observancia de las leyes establecidas por el Señor.

Al octavo día, el niño debía ser circuncidado como señal de que estaba bajo el pacto abrahámico (Génesis 17:1-2, 10-15) y pertenecía al pueblo escogido de Dios. La eliminación del prepucio simbolizaba la identidad y el compromiso de los israelitas con Dios, así como la continuidad de la promesa divina hecha a Abraham y su descendencia. Después de la circuncisión, la mujer debía permanecer otros treinta y tres días sin tocar ninguna cosa santa ni acudir al santuario. Esto no era un castigo, sino, por el contrario, una especie de cuarentena que le permitía convalecer y recuperarse adecuadamente del parto. El reposo le ayudaba a restablecer su cuerpo y sus funciones normales antes de reintegrarse al arduo trabajo en el hogar. Dios, en su amor y sabiduría, cuidaba la salud reproductiva de la mujer y el bienestar integral de los hijos, pues Él es el especialista en el tema de la procreación y la descendencia.

Además, este pasaje nos enseña que Dios se goza en la descendencia de todas las familias de la tierra, especialmente en hombres y mujeres piadosos, limpios de corazón y obedientes a sus mandamientos, quienes consideran a la familia una prioridad. El capítulo resalta la importancia de la maternidad y el nacimiento como procesos sagrados que merecen profundo respeto y esmerada atención. La salud y la higiene de la madre y el hijo son fundamentales, pues al brindarles el cuidado adecuado, se promueve su bienestar y se previenen enfermedades. Por ello, es necesario dedicar un tiempo prudencial a la recuperación física y emocional tras eventos significativos en la vida, como el parto.

Jennie Finch, destacada deportista estadounidense, expresó en una ocasión: «Un milagro es en realidad la única manera de describir la maternidad y el dar a luz. Es increíble cómo Dios ha hecho que las mujeres y los bebés podamos perseverar y ser capaces de hacer tanto. Todo un milagro. ¡Qué bendición tan increíble!».

Aunque las leyes ceremoniales del libro de Levítico no se aplican directamente a la vida contemporánea, nos advierten y enseñan acerca de la importancia de los rituales y simbolismos en la vida humana. La Biblia declara que el pecado entró en el mundo por un hombre, Adán, y, en consecuencia, toda su descendencia nace en pecado; por ello, todo hijo, varón o mujer, debía ser redimido. Así, todos los seres humanos necesitan ser reconciliados con Dios por medio del sacrificio de Jesucristo en la cruz del Calvario. Y aunque es imposible ser una madre perfecta, sí es posible ser una buena madre, que ama a Dios y a sus hijos, y los guía con ternura y sabiduría a los pies de nuestro Salvador Jesucristo.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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