UNA ADORACIÓN ATREVIDA
UNA ADORACIÓN ATREVIDA
«Pero Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron sus respectivos incensarios, y después de poner fuego en ellos y echar incienso sobre él, ofrecieron delante del Señor fuego extraño, que Él no les había ordenado. Y de la presencia del Señor salió fuego que los consumió, y murieron delante del Señor» (Lv 10:1-2 NBLA).
La escena anterior a este trágico pasaje muestra la gloria del Señor manifestándose ante toda la comunidad como un fuego ardiente que sale de la presencia de Yahweh y consume el holocausto. Aarón y sus hijos han sido consagrados al servicio del Señor y comienzan su ministerio sacerdotal con el beneplácito divino. Todos los israelitas lo contemplan con alegría, alaban a gritos su Nombre y se postran con el rostro en tierra.
Se podría decir coloquialmente que la celebración apenas había comenzado cuando Nadab y Abiú, vestidos con sus regios atuendos sacerdotales, ofrecieron un «fuego extraño» al Señor. Entonces, de su presencia «salió fuego que los consumió». Una celebración magnífica terminó con dos de sus protagonistas fulminados dentro del Tabernáculo.
¿Por qué permitió Dios que ocurriera tal cosa? Porque Él busca fidelidad en la adoración, no originalidad. ¿Por qué castigó de manera tan drástica y pública a estos sacerdotes? Para demostrar su santidad por medio de quienes se acercan a Él y para manifestar su gloria ante todo el pueblo (Lv 10:3).
En español, la expresión podría sugerir una adoración espontánea, novedosa o incluso creativa. Sin embargo, en hebreo, esh zará significa «fuego aborrecible». En realidad, Dios estaba indignado al ver a estos jóvenes insolentes adorando de una manera inapropiada, algo que Él no les había ordenado.
Es importante notar que Aarón y sus cuatro hijos acababan de ser purificados y consagrados; es decir, estaban limpios delante del Señor, y Dios los había honrado con su gloriosa presencia en su debut como sacerdotes. Por lo tanto, lo que hicieron Nadab y Abiú pudo haber sido un acto imprudente, una actitud altanera, una pretensión aristocrática, un intento atrevido de imponer su propio estilo de adoración o una combinación de todo lo anterior.
Cuando se trata de la adoración correcta, Dios dejó mandamientos, no sugerencias. Acercarse a su presencia de manera irrespetuosa es temerario y puede tener consecuencias fatales.
Claude François y Jacques Revaux, en la última estrofa de su famosísima canción A mi manera, escribieron: «Porque sabrás que un hombre, al fin, conocerás por su vivir. No hay por qué hablar, ni qué decir, ni recordar, ni que fingir. Puedo seguir hasta el final, a mi manera».
Es una letra profundamente humana y una melodía realmente preciosa, pero su mensaje es diametralmente opuesto a las instrucciones de Dios sobre la verdadera adoración. El culto al Señor nunca funciona «a tu manera». Dios fue glorificado incluso en la disciplina mortal de estos sacerdotes insensatos. Todo el pueblo aprendió ese día un poco más acerca de la santidad de Dios y la reverencia con la que debemos acercarnos a su presencia.
Esta fue una advertencia severa para toda la clase sacerdotal. Dios ordenó que Aarón y sus hijos, Eleazar e Itamar, no rasgaran su ropa ni se despeinaran en señal de duelo, porque de hacerlo, también ellos serían eliminados del sacerdocio para siempre.
El pastor anglicano William Temple definió la adoración en términos solemnes: «Adoración es la sumisión de todo nuestro ser a Dios: avivar la conciencia por su santidad, alimentar nuestra mente con su verdad, purificar nuestra imaginación con su hermosura, abrir nuestro corazón a su amor y entregar nuestra voluntad a sus propósitos».
Dios busca este tipo de adoradores: sabios y prudentes, fieles y reverentes. La adoración es bella y atractiva, y Él la anhela fervientemente de cada uno de sus hijos.
Quédate con esta definición: «La adoración consiste en volcar toda nuestra atención hacia aquel que es digno en grado supremo de nuestra atención» (Lesslie Newbigin).
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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