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LA BENDICIÓN INAGOTABLE

LA BENDICIÓN INAGOTABLE

«Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz» (Nm 6:24-26 RV60).

Esta famosa frase es conocida como la bendición sacerdotal. Dios ordenó a Moisés que dijera a Aarón y a sus hijos que bendijeran al pueblo de Israel en todo momento, en cualquier lugar donde se encontraran y bajo cualquier circunstancia, ya fuera propicia o adversa, para que el Señor los bendijera sobreabundantemente. Las ventanas de los cielos, por donde las bendiciones de Dios son derramadas en abundancia sobre sus hijos amados, están abiertas las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Dios no se cansa de escuchar las oraciones de su pueblo, no se agota de bendecir a sus hijos, y el cielo jamás se queda sin su provisión de bendiciones.

El libro de Números relata la historia del pueblo de Israel durante su peregrinación en el desierto después de salir de Egipto. Israel había permanecido cuatrocientos treinta años en Egipto, bajo las estrictas órdenes del faraón y los abusivos tratos de los egipcios. El corazón de cada israelita estaba árido y vacío, como el desierto en el que se encontraban. Necesitaban con urgencia el agua y el pan del cielo para alimentar e hidratar sus almas, y así no desfallecer en su difícil itinerario hacia la Tierra Prometida. Aarón y sus hijos debían declarar una y otra vez: «El Señor te bendiga y te guarde», para que Dios les concediera su favor y prosperidad, los protegiera con valentía y los cuidara con ternura.

La bendición sacerdotal continúa con la petición: «Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia». Es decir, que el rostro de Dios brille sobre su pueblo, que el Señor sonría y los mire con agrado y benevolencia. Israel necesitaba saber que su Dios lo amaba entrañablemente y lo anhelaba celosamente. Debía comprender quién era para su Dios: su pueblo santo, su esposa amada, su príncipe glorioso, su especial tesoro, su primogénito sagrado, su reino de sacerdotes, la niña de sus ojos y sus misioneros al mundo. Israel tenía que despojarse de una vez por todas de los complejos y temores adquiridos en Egipto. Ya no era un despreciable esclavo sometido a un rey despiadado y cruel, sino un hijo amado, aceptado y perdonado por un Rey amoroso y justo. Israel había sido conducido de los odiosos latigazos al abrazo de su Dios y debía permanecer allí.

El último versículo de la bendición sacerdotal, «Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz», expresa el deseo del favor continuo de Dios y su paz para Israel. La expresión «alce sobre ti su rostro» sugiere que Dios mire con agrado a su pueblo, que manifieste su aceptación y complacencia, y que su «paz» implique bienestar y tranquilidad. En la actualidad, esta bendición también debe ser pronunciada por cada creyente que ocupe una posición de autoridad en cualquier esfera de la vida, ya sea como padre, maestro, jefe, pastor, alcalde, capitán o presidente. Así como la protección, la presencia divina, el favor y la paz fueron esenciales en la relación de Dios con su pueblo, siguen siendo necesarios y relevantes para los creyentes hoy en día. Son una expresión de la voluntad de Dios de bendecir, proteger, favorecer y conceder paz a sus hijos amados en Cristo.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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