DANZANDO CON DIOS
DANZANDO CON DIOS
«Oye, Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová uno es» (Dt 6:4 RV95).
«Shemá Israel, YHWH Eloheinu, YHWH Ejad» es la declaración de fe fundamental del pueblo de Israel. Estas palabras, tomadas de Deuteronomio 6:4, proclaman la unicidad absoluta de Dios y establecen el monoteísmo como el eje central de la identidad israelita.
El Señor YHWH rescató a su pueblo de la esclavitud en Egipto con el propósito de hacerlo suyo, apartándolo de las demás naciones para que fueran un pueblo santo. Los condujo al monte Sinaí, donde estableció un pacto solemne con ellos y les entregó su Torá, un código divino de justicia y santidad. Estas leyes no solo les servirían como guía moral y espiritual, sino que también los convertirían en un testimonio vivo ante las naciones, reflejando la luz de Dios a través de su conducta íntegra y recta.
Mediante diez plagas aterradoras, el Señor no solo castigó a Egipto, sino que también expuso la impotencia de sus deidades. Cada plaga fue un juicio contra un dios egipcio, demostrando que solo YHWH es el Dios verdadero, el Creador y Soberano absoluto. A pesar de que Israel era una nación pequeña y sin poder, Dios la escogió para otorgarle una tierra fértil y abundante, "donde fluye leche y miel". Este acto de elección no se basó en su grandeza o méritos, sino en la fidelidad del Señor a sus promesas.
El Shemá Israel es una afirmación categórica del monoteísmo universal: Dios es Uno y no hay otro fuera de Él. Esto implica que todos los dioses de las naciones son ídolos vacíos, creaciones humanas carentes de poder real. La Escritura advierte que detrás de los ídolos —ya sea Dagón, Moloc en la antigüedad o figuras como Buda o Maximón en la actualidad— hay entidades espirituales malignas que desvían la adoración que solo pertenece al Creador.
YHWH no solo exige exclusividad en la adoración, sino que también es un Dios celoso, lo que significa que no tolera la infidelidad de su pueblo. Cualquier acto de idolatría era visto como una traición al pacto establecido en el Sinaí y traía consigo graves consecuencias. Sin embargo, la obediencia a sus mandamientos aseguraba la bendición, la prosperidad y la victoria sobre sus enemigos.
La palabra hebrea «ejad» se traduce comúnmente como «uno», pero su significado es más profundo. No denota una unidad absoluta en términos numéricos, sino una unidad compuesta, una pluralidad dentro de una unidad indivisible. Un ejemplo claro de esto se encuentra en Génesis 2:24: "Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán (plural) una (hebreo «ejad») sola carne (singular)".
Esta concepción de unidad permite entender la naturaleza trinitaria de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Trinidad no es una contradicción, sino la manifestación perfecta de cómo un solo Dios subsiste en tres Personas distintas.
Cada Persona de la Trinidad cumple un papel específico en la obra de salvación:
El Padre es el autor del plan de redención.
El Hijo (Jesucristo) es quien ejecuta la salvación mediante su encarnación, muerte y resurrección.
El Espíritu Santo es quien aplica esa salvación a los creyentes, transformando sus vidas.
Aunque las tres Personas son iguales en poder, eternidad y divinidad (Trinidad ontológica), cada una tiene una función específica en la historia de la redención (Trinidad económica).
Parafraseando al Dr. Baxter Kruger, en su libro El regreso a la Cabaña, podemos afirmar que Dios no existe en aislamiento, sino en una comunión eterna y gloriosa. Desde la eternidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han vivido en una relación perfecta de amor, entrega y mutuo deleite.
La Trinidad no es solo un concepto teológico abstracto, sino la clave para entender la naturaleza misma del amor y la existencia. Dios es amor porque siempre ha existido en comunión consigo mismo. Su amor no es un sentimiento pasajero, sino la esencia misma de su Ser.
Esta relación trinitaria es comparable a una danza divina, en la que cada Persona de la Trinidad se centra en la otra, en un acto continuo de amor y generosidad. Y lo más asombroso es que Dios ha decidido abrir ese círculo de amor para incluir a la humanidad.
Aquellos que creen en Jesucristo no solo son perdonados de sus pecados, sino que son invitados a participar de esta vida trinitaria. La salvación no es solo una liberación del pecado, sino una entrada a la comunión eterna con Dios. ¡Esta es la verdad más sublime que el mundo jamás ha conocido!
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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