DAME HEBRÓN O MUERO
DAME HEBRÓN O MUERO
«Hebrón todavía pertenece a los descendientes de Caleb, hijo de Jefone, el cenezeo, porque él siguió al Señor, Dios de Israel, con todo su corazón» (Jos 14:14 NTV).
Caleb es uno de mis personajes favoritos de la Biblia, y su historia es verdaderamente inspiradora. Literalmente, Caleb fue uno en un millón, pues, junto con Josué, fueron los únicos mayores de veinte años entre los aproximadamente dos millones de israelitas que salieron de Egipto y lograron entrar en la Tierra Prometida. Su vida es un testimonio de fe, perseverancia y confianza inquebrantable en las promesas de Dios.
Cuando los hijos de Israel llegaron a Cades-barnea, aproximadamente dos años después de haber salido de Egipto, Moisés envió a doce líderes, uno por cada tribu, con la misión de explorar la tierra. Su objetivo era obtener información sobre sus habitantes, la fertilidad del suelo, sus recursos naturales y los desafíos que enfrentarían al conquistarla. Caleb y Josué formaron parte de esta expedición, y al regresar, ambos dieron un informe alentador a la congregación: «La tierra que recorrimos y exploramos es muy buena. Si Jehová está a nuestro favor, la conquistaremos y la disfrutaremos plenamente» (Nm 14:7).
A diferencia de los otros diez espías, quienes sembraron temor en el pueblo con su informe pesimista, Caleb y Josué confiaron en la fidelidad de Dios. Por ello, fueron los únicos de su generación que, décadas después, cruzaron el río Jordán y tomaron posesión de la tierra.
Cuando Josué hubo distribuido equitativamente la Tierra Prometida entre las nueve tribus y media restantes, aproximadamente siete años después de haber cruzado el Jordán en seco, Caleb se acercó a él para recordarle la promesa que Moisés le había hecho en Cades-barnea, cuando tenía cuarenta años: «La tierra de Canaán por donde caminaste será tu heredad para siempre, porque creíste en el Señor y obedeciste su Palabra» (Jos 14:9).
Ahora, con ochenta y cinco años, Caleb seguía siendo fuerte y estaba decidido a conquistar Hebrón. No quería recibir una tierra fácil de habitar, sino aquella que Dios le había prometido, aunque estuviera ocupada por los descendientes de Anac, gigantes temidos por su poder y por sus ciudades amuralladas. Hebrón no solo era una fortaleza estratégica, sino también un lugar cargado de significado espiritual e histórico: allí estaban sepultados los patriarcas Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, así como Lea, una de las esposas de Jacob y madre de varios hijos de Israel.
La actitud de Caleb fue verdaderamente admirable. No permitió que su edad lo desalentara, ni que el temor a sus enemigos lo paralizara. Tampoco se conformó con cualquier otra porción de tierra disponible. Su fe vibrante en el Dios de maravillas lo impulsó a reclamar lo que le correspondía. Sabía que la victoria no dependía de su fuerza personal, sino de la fidelidad de Aquel que había prometido estar con él y darle la victoria.
Incluso hoy, Hebrón sigue siendo un lugar de gran relevancia. Se considera la segunda ciudad más sagrada del judaísmo después de Jerusalén, y su historia milenaria aún resuena como testimonio de la fidelidad de Dios. Más de tres mil cuatrocientos años después, Hebrón sigue siendo conocida como «la heredad de Caleb».
Dios también desea otorgarte una heredad célebre y eterna, como lo hizo con Caleb. Sin embargo, para recibirla, es necesario que creas en Él y obedezcas sus mandamientos. No se puede lograr una conquista extraordinaria con una fe ordinaria, ni alcanzar grandes éxitos en la vida con esfuerzos mediocres.
Vive con gratitud por lo que tienes, pero no te conformes con menos de lo que Dios ha preparado para ti. Sin importar tus limitaciones o tu edad, ama al Señor con todo tu corazón y confía plenamente en sus promesas. Atrévete a avanzar con determinación hacia la realización de tus sueños. Aunque tu cuerpo envejezca, tu fe debe mantenerse fresca, fuerte y creciente, hasta que conquistes tu propio Hebrón.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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