Youtube

OBEDECE Y SÉ FELIZ

OBEDECE Y SÉ FELIZ

«Obedezcan mis mandamientos y póngalos por obra. Yo soy el Señor» (Lv 22:31 NVI).

Este versículo destaca la importancia de obedecer los mandamientos de Dios y aplicarlos en la vida diaria. En el contexto del libro de Levítico, donde se detallan las leyes y regulaciones para la adoración y la conducta del pueblo de Israel, este pasaje subraya la necesidad de seguir las instrucciones divinas con reverencia y devoción. El conocimiento y la obediencia a los mandamientos eran la mayor demostración de amor y fe del pueblo de Israel hacia el Dios que los sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre. Para amar a Dios, era imprescindible reconocer que Él los amó primero; y para demostrar ese amor, era fundamental obedecerlo. Quien ama, obedece; así de simple y así de claro. Dios quería que su pueblo lo buscara, prestara atención a sus palabras, las atesorara en su corazón y luego las pusiera en práctica sin dilación. Solo así Dios se alegraría y sabría que su pueblo lo amaba.

Los grandes hombres de Dios no se destacaron por su estatura física, por la nobleza de su linaje, por sus talentos personales, por su inteligencia en las ciencias o en las artes, ni por su situación económica, sino por su respeto absoluto y su obediencia incondicional a las palabras del Señor. Por ejemplo, lo que hizo que Dios mirara con agrado la ofrenda de Abel no fue la calidad de su ganado en comparación con los vegetales de Caín, sino que Abel presentó su ofrenda en obediencia, conforme a la voluntad de Dios. No pienses que Caín ofreció frutas y verduras en mal estado para que Dios las rechazara; es probable que trajera mangos sabrosos y espigas lozanas, pero su ofrenda reflejaba su propio criterio y no el de Dios. Por esta razón, Caín es considerado el primer religioso de la historia: se presentó ante Dios con una ofrenda de iniciativa propia, basada en sus propios estándares de adoración. Mostró mucha creatividad, pero poca o ninguna obediencia. Y es que a Dios no le impresiona la originalidad, sino la obediencia. Punto.

El regalo más grande que Dios le dio a su pueblo fue su Ley. A través de su observancia, Dios quería que Israel se convirtiera en la comunidad ética y la sociedad virtuosa más brillante de la tierra. La obediencia del pueblo de Israel a la Ley del Señor demostraría que Yahvé era su único Dios y que no había otro como Él. La Ley del Señor es sabia, santa y justa; por lo tanto, obedecerla significa exaltar su sabiduría, adorar su santidad y magnificar su justicia. En cambio, desobedecerla equivale a blasfemar su nombre, menospreciar su sabiduría y pisotear su santidad. El hijo de Dios que desobedece su Ley demuestra que Dios no ocupa el primer lugar en su corazón y que es un insensato, pues pretende poseer mejores formas de adoración y estándares morales superiores a los que Dios ha establecido.

La Ley de Dios es la manifestación tangible de su buena, agradable y perfecta voluntad. Nadie puede diseñar un mejor plan para su vida que aquel que Dios ha preparado mediante su bendita palabra. Un pequeño paso de obediencia es un paso de gigante hacia la vida, la bendición y la victoria, porque, como dijo C. S. Lewis: «Cuando queremos ser algo diferente a aquello que Dios quiere de nosotros, estamos deseando algo que, de hecho, no nos hará felices». ¿Dónde quieres que esté tu nombre: en la lista de los desobedientes, fracasados y amargados, o en la de los obedientes, victoriosos y felices? ¡Obedece y sé feliz!

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.