LA VENGANZA CONTRA LOS MADIANITAS: UN JUICIO DIVINO
LA VENGANZA CONTRA LOS MADIANITAS: UN JUICIO DIVINO
«Antes de partir de este mundo para reunirte con tus antepasados, en nombre de tu pueblo tienes que vengarte de los madianitas» (Nm 41:2 NVI).
Al final de su jornada en esta tierra, Moisés recibió una última misión de parte de Dios en favor del pueblo de Israel: tomar venganza contra los madianitas por haberlos inducido a la idolatría. Durante su travesía desde Egipto hacia la Tierra Prometida, los israelitas acamparon en Sitim, cuyo nombre significa «arboleda de acacias». Este fue su último campamento antes de cruzar el río Jordán para ingresar a Canaán, alrededor del año 1400 a.C.
Mientras el pueblo permanecía en Sitim, algunos israelitas se dejaron seducir por las mujeres moabitas de la región y tuvieron relaciones sexuales con ellas. Estas mujeres los invitaron a participar en los sacrificios a sus dioses, y así los israelitas comenzaron a rendir culto a Baal de Peor. Esta apostasía desató la ira del Señor contra su pueblo, lo que trajo graves consecuencias (Nm 25:1-3).
El instigador de esta trampa espiritual fue Balaam, un profeta que, a pesar de haber sido impedido por Dios de maldecir a Israel, ideó un plan para debilitarlo desde dentro. Aconsejó a los moabitas que usaran a sus mujeres para seducir a los israelitas y arrastrarlos a la idolatría y a la inmoralidad sexual. Como resultado, Dios envió una plaga que se cobró la vida de veinticuatro mil israelitas (Nm 31:16).
La situación llegó a un punto crítico cuando un israelita llevó descaradamente a una mujer madianita a su tienda, a plena vista de Moisés y de toda la congregación. Indignado por tal insolencia, Finees, hijo de Eleazar y nieto de Aarón, tomó una lanza y los atravesó a ambos, deteniendo así la plaga (Nm 25:6-9). Este acto fue visto como un ejemplo de celo por la santidad de Dios, y Finees fue recompensado con un pacto de paz y un sacerdocio perpetuo para su descendencia.
Los moabitas y los madianitas, aunque pueblos distintos, compartían la misma región geográfica al este del Jordán. Los moabitas descendían de Moab, el hijo de Lot, mientras que los madianitas eran descendientes de Madián, hijo de Abraham con Cetura. A pesar de estos lazos de parentesco, ambos pueblos mostraron hostilidad hacia Israel y conspiraron para debilitarlo espiritualmente.
La venganza ordenada por Dios contra los madianitas fue ejecutada por un ejército de doce mil israelitas bajo el liderazgo de Finees. En la campaña, todos los hombres madianitas, incluidos sus cinco reyes (Evi, Requem, Zur, Hur y Reba), fueron eliminados, al igual que Balaam. También murieron las mujeres que habían participado en la seducción de Israel y los niños varones. Sus ciudades fueron incendiadas, y los israelitas tomaron como botín a las doncellas vírgenes, el ganado y las riquezas del lugar, dejando el territorio en ruinas (Nm 31:1-12).
¿Por qué Dios ordenó semejante destrucción? Desde una perspectiva humana, esta acción puede parecer extrema, pero la Biblia nos enseña que Dios es santo y justo. Todo ser humano ha pecado y está destituido de la gloria de Dios (Ro 3:23). Si Dios decidiera ejecutar juicio sobre toda la humanidad, sería un acto de justicia absoluta. Sin embargo, en su misericordia, extiende su gracia y da oportunidades para el arrepentimiento.
Los madianitas, al igual que muchos pueblos de la época, habían persistido en su rebelión y corrupción. Sus prácticas incluían idolatría, sacrificios humanos y una inmoralidad desbordante. Dios había sido paciente, pero finalmente decidió juzgarlos a través de Israel. No obstante, incluso después de esta derrota, los madianitas resurgieron y volvieron a oprimir a Israel en la época de Gedeón (Jue 6:1-6), demostrando que su maldad no había sido erradicada.
El juicio de Dios no es arbitrario ni caprichoso. Es una manifestación de su justicia y, al mismo tiempo, de su amor. Amor y justicia son dos caras del mismo carácter divino. Dios no solo ejecuta juicio, sino que también ofrece salvación. Su amor se manifestó de manera suprema en Jesucristo, quien murió en la cruz para redimirnos de nuestros pecados.
Desde siempre, has sido importante para Dios. Él envió a su Hijo al mundo para que, mediante su sacrificio, todo aquel que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna (Jn 3:16). Cree en Jesús, confiesa que Él es tu Señor y Salvador, y recibirás el regalo de una vida plena y eterna.
–Carlos Humberto Suárez Filtrín
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