¡PLOP!
¡PLOP!
«Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: —Si alguien quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y servirlos a todos. Luego puso un niño en medio de ellos, y tomándolo en brazos les dijo: —El que recibe en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, no solamente a mí me recibe, sino también a aquel que me envió» (Mr 9:35-37 DHH).
Albert Einstein dijo una vez: «Solo una vida vivida al servicio de los demás merece ser vivida». Estas palabras están en armonía con los versículos que reflexionaremos hoy. Entre los discípulos surgió una acalorada discusión sobre quién era el más importante en el reino de Dios. Jesús, sin embargo, les enseñó que el anhelo de ser el primero en el reino no era inapropiado, pero que los requisitos eran inusuales: ¡debía ser el último de todos y servir a todos! Esto no era precisamente lo que ellos esperaban.
El imperativo categórico de Immanuel Kant establece: «Obra de manera que la máxima de tus acciones pueda convertirse en ley universal». En este sentido, Jesús actuó de manera ejemplar para la humanidad, pues su vida fue consagrada al servicio de los demás. Desde niño hasta los treinta años, aprendió y ejerció la carpintería, el oficio de su padre, para proveer el sustento a su madre y hermanos. A partir de entonces, se dedicó plenamente a satisfacer las necesidades espirituales, emocionales y físicas del pueblo: predicó, aconsejó, enseñó, alimentó, visitó, sanó, expulsó demonios y discipuló a las multitudes, especialmente a sus doce apóstoles. Finalmente, entregó su vida como un sacrificio en la cruz del Calvario, para rescatar a muchos de la condenación del infierno.
Cuando Jesús llamó a un niño y lo puso en medio de todos, realizó un acto genial, pues el niño escuchó su voz y, sin la retórica propia de la mayoría de los adultos, obedeció y se colocó justo donde Jesús le indicó. ¡Qué maravilloso ejemplo de humildad, sencillez y modestia para todos los que aspiran a ser grandes en el reino de los cielos! Mientras que el paradigma de grandeza humana se asemeja al Superhombre (Übermensch) de Nietzsche, caracterizado por el poder intelectual, la fortaleza de carácter y la potencia física, Jesús considera grande a un niño: cándido, creyente y servicial. La revista Condorito habría retratado a los apóstoles con un ¡Plop!.
La noticia prominente es que Dios quiere que seas grande en su reino, amando, cuidando y sirviendo a los demás. Para cumplir ese propósito, el Padre envió a su Hijo a morir por tus pecados, para que puedas recibir su Espíritu, que quitará de ti toda soberbia y egoísmo, haciéndote manso y humilde como Jesucristo. Hoy puedes empezar a disfrutar de esa nueva vida dedicada al servicio, creyendo en Jesús como tu Salvador personal y confesando a Cristo como tu Señor. Recuerda las palabras de Teresa de Calcuta: «Si no se vive para los demás, la vida carece de sentido».
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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