¡CONQUÍSTATE!
¡CONQUÍSTATE!
«Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los insultan» (Lc 6:27-28 DHH).
En una ocasión, un niño entró al taller de un maestro escultor. Al ver un enorme bloque de piedra, sintió curiosidad y preguntó: —¿Qué es esto? A lo que el maestro respondió: —¡Un ángel! El niño se fue a su casa con una gran interrogante en su mente. "El maestro debe estar ciego o loco", pensó. Semanas después, regresó y, para su sorpresa, donde antes había visto una piedra, contempló asombrado un maravilloso ángel. El niño solo había visto una simple piedra, asimétrica, sin forma, sin gracia y sin belleza; pero el maestro siempre había visto un hermoso ángel. Esta ilustración muestra la gran diferencia entre cómo te ve Dios y cómo te ves tú mismo.
En los versículos de hoy, Jesús establece el estándar moral de la vida en el reino de Dios, reflejando claramente las virtudes de su propio carácter. Amar a tu enemigo, hacer el bien a quien te odia, bendecir a quien te maldice y orar por quien te insulta puede parecer una misión imposible debido a tu naturaleza pecaminosa y tendente al mal. Sin embargo, lo que es imposible para el ser humano es posible para Dios. Los hijos del reino tienen el Espíritu de Dios en sus corazones y, con su ayuda, pueden alcanzar ese elevado estándar de ética y moral.
Estos mandamientos debemos empezar a ponerlos en práctica aquí y ahora; no fueron dados para una dispensación futura. Amar a tu amigo, hacer el bien a quien te ama, bendecir a quien te bendice y orar por quien te alaba es fácil. ¡Hasta los pecadores hacen eso! Pero Jesús enseña que los hijos de su reino pueden ir mucho más allá en su conducta moral, porque han nacido de nuevo, han experimentado una transformación espiritual profunda e irreversible. Actúan conforme a los designios del Espíritu y no a los deseos de la carne; están en un pleno proceso de glorificación a la imagen del carácter amoroso, cándido y perdonador de Jesucristo.
Así que, el reino de Dios no consiste en apoderarse de territorios ajenos, sino en conquistarse a uno mismo. Bajo la dirección del Espíritu, vamos sometiendo cada área de nuestra personalidad al señorío de Cristo. Cada día dejamos de satisfacer un poco más los deseos de la carne, como el odio, el rencor y los deseos de venganza que, a veces, brotan de nuestro corazón inmoral. Por el contrario, cada día nos entregamos a la llenura del Espíritu y permitimos que sus frutos afloren en todo nuestro ser. Recuerda: donde tú ves un carácter duro y deforme como una piedra, el Espíritu Santo ve a Cristo.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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