¡SOY UN DIOS!
¡SOY UN DIOS!
«Hijo de hombre, dale al príncipe de Tiro este mensaje de parte del Señor Soberano: “En tu gran arrogancia afirmaste: ‘¡Soy un dios! Estoy sentado en un trono divino, en el corazón del mar’; pero eres solo un hombre y no un dios, aunque te jactes de ser un dios» (Ez 28:2 NTV).
¿En qué área te gustaría ganar un récord Guinness? En la reflexión de hoy, veremos que el príncipe de Tiro podría haberlo ganado como "el gobernante más soberbio de la tierra", cuya arrogancia se compara con la de Satanás. Este hombre era hermoso, sabio, poderoso, rico y se vestía de manera tan espléndida y majestuosa que llegó a creer sinceramente que era un dios, sentado en el trono de los dioses, gobernando el destino del mundo desde el mismo corazón del mar.
Tiro era una pequeña isla en la costa fenicia, famosa por ser la primera metrópoli conocida del mar Mediterráneo, gracias a su floreciente industria manufacturera de telas y cerámicas, su extraordinaria fuerza naval y su estatus como la primera potencia colonial de la historia. Los tirios fundaron más de una docena de ciudades prósperas alrededor del Mediterráneo; entre las más conocidas están Cartago y Cádiz, las cuales proveían grandes riquezas y lo más preciado de la tierra. Tiro era, sin duda, la capital indiscutible del comercio global.
Sin embargo, el corazón arrogante del príncipe de Tiro solo se percibía a sí mismo: anhelaba que todos le obedecieran, juzgaba y condenaba sin antes comprender, creía tener la última palabra en materia de moral y justicia, hablaba sin escuchar y pensaba erróneamente que los bienes y el futuro de las personas le pertenecían. Parece que, sin estar sentados en un trono de marfil con una diadema de diamantes, todos llevamos un "príncipe de Tiro" dentro de nosotros.
La noticia prominente de hoy es esta: Dios aborrece profundamente la altivez de tus ojos, el orgullo de tu corazón y tus pensamientos de iniquidad; y desea librarte de todas esas ataduras de esclavitud. La sangre de Jesucristo, su Hijo amado, te limpia de todo pecado y te hace libre para obedecer a Dios. Finalmente, espero que haya quedado claro que creer en ti mismo, como lo hizo el príncipe de Tiro, te conduce a la perdición. Sin embargo, creer en Jesús te lleva a una relación personal y maravillosa con Dios.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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