EL QUE SIRVE, SIRVE
EL QUE SIRVE, SIRVE
«"Hijo de hombre, de un solo golpe te quitaré tu tesoro más querido; sin embargo, no debes expresar ningún dolor ante su muerte. No llores; que no haya lágrimas. Gime en silencio, pero sin que haya lamentos junto a su tumba. No te descubras la cabeza ni te quites las sandalias. No cumplas con los ritos acostumbrados en el tiempo de duelo ni aceptes la comida de los amigos que se acerquen a consolarte". Así que, por la mañana, anuncié ese mensaje al pueblo y por la tarde mi esposa murió. A la mañana siguiente hice todo lo que se me indicó» (Ez 24:16-18 NTV).
Homero, en su inmortal poema épico «La Odisea», describe a Penélope así: «—¡Feliz hijo de Laertes! ¡Odiseo, fecundo en ardides! Tú acertaste a poseer una esposa virtuosísima. Como la intachable Penélope, hija de Icario, ha tenido tan excelentes sentimientos y ha guardado tan buena memoria de Odiseo, el varón con quien se casó virgen, jamás se perderá la gloriosa fama de su virtud y los inmortales inspirarán a los hombres de la tierra graciosos cantos en loor de la discreta Penélope».
En el pasaje que reflexionamos hoy, observamos que Dios le pidió a Ezequiel que realizara un sacrificio supremo: experimentar el dolor de ver morir a su amada esposa sin mostrar la más mínima expresión de tristeza ni guardar luto. De esta manera, el Señor enseñaba a su pueblo en Babilonia cómo los israelitas vivirían la destrucción y la mortandad en Jerusalén: verían a sus seres queridos caer por la espada, pero no llorarían ni enterrarían a sus muertos.
Las palabras que Francis Scott Fitzgerald, famoso novelista estadounidense, dedicó a su esposa en una ocasión —«Te amo y ese es el principio y el fin de todo»— me hicieron pensar en lo que el siervo del Señor a veces tiene que sufrir para cumplir el maravilloso propósito de Dios en su vida. Quien crea que servir al Señor es un placentero tour vacacional por la historia, está completamente equivocado: Abraham ofreció a su único hijo en holocausto, Job perdió a todos sus hijos en un solo día, Juan el Bautista fue decapitado, y nuestro Señor Jesús fue crucificado. Todos lo hicieron con gusto, por ser fieles a su llamado.
Alguien dijo: «Mi casa, mi esposa y mis hijos, todo mi mundo es». Pero, el éxito verdadero consiste en hacer la voluntad de Dios, cueste lo que cueste. Para el siervo de Dios, Yahweh es el centro, el mejor y el único en su corazón; amarlo con toda el alma, obedecerlo fielmente y servirlo con excelencia es la consigna fundamental. Cuando a Charles Thomas Studd se le preguntó por qué sacrificó su juventud y su fortuna para servir como misionero, respondió: «Si Jesucristo es Dios y murió por mí, entonces ningún sacrificio que yo haga por Él es demasiado grande».
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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