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MONTADO EN UN BURRO

MONTADO EN UN BURRO

«¡Alégrate mucho, ciudad de Sión! ¡Canta de alegría, ciudad de Jerusalén! Tu rey viene a ti, justo y victorioso, pero humilde, montado en un burro, en un burrito, cría de una burra» (Zac 9:9 DHH).

Hacía cinco siglos, el profeta Zacarías, contemporáneo de Hageo y cuyo nombre en hebreo significa «Dios recuerda», profetizó que el Señor se acordaría una vez más de su pueblo amado enviándoles al Mesías, el Redentor del mundo.

Cuando los babilonios atacaron Jerusalén por tercera vez en el 586 a. C., dejaron tras de sí una estela de tristeza, soledad y pérdidas materiales. Sin embargo, Dios, fiel a la promesa de su pacto y al amor de su corazón, transformó el lamento de los jerosolimitanos en danzas de júbilo: «¡Hosanna al Rey!».

Las credenciales del Mesías son insuperables: es el Rey de Israel. Su carácter justo y humilde refleja su altísima calificación moral, mostrando así la personalidad más sublime del Universo. Su extensa lista de logros lo convierte en un ganador nato; Él es victorioso y digno de la más sublime exaltación.

A pesar de su formidable gloria, el Mesías no entró en Jerusalén como Julio César entró en Roma, montado sobre «Génitor», su noble corcel, ni como Aníbal llegó a Cartago, montado sobre «Suru», su colosal elefante. Jesús de Nazaret entró en Jerusalén montado sobre un burro, manso y humilde, dispuesto a humillarse hasta lo más bajo para salvar a su pueblo de sus pecados y rodearlo de amor y ternura para siempre.

La noticia prominente de hoy es que el anuncio de salvación en Cristo ha alcanzado a toda la humanidad un día más: ¡Hoy puedes creer en Jesús y ser salvo, tú y tu casa!

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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