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JERUSALÉN, LA RAMERA DESCARADA


JERUSALÉN, LA RAMERA DESCARADA

«¡Qué mente tan depravada la tuya! —afirma el Señor omnipotente—. ¡Te comportabas como una vil prostituta!» (Ez 16:30 NVI).

Estas duras palabras emanan del corazón de un esposo celoso y furioso, debido a la nefanda conducta de su única, preciada y amada esposa. En todo el libro de Ezequiel, Dios busca llamar nuestra atención, profundamente horrorizado por la desfachatez con la que hablan y actúan los habitantes de Jerusalén. Han perdido completamente el pudor y se han prostituido espiritualmente hasta convertirse en una ciudad libertina, fornicando espiritualmente debajo de cada árbol frondoso con cada ídolo que les presentan.

Dios no puede comprender por qué Jerusalén se comporta de manera tan lujuriosa, si lo único que ha recibido de Él, como su esposo abnegado y fiel, ha sido amor inagotable, regalos generosos y provisión abundante. Hablando metafóricamente, Yahweh encontró a Jerusalén abandonada en el campo desde el día de su nacimiento, pataleando indefensa en su propia sangre, y tuvo compasión de ella y le dijo: «¡Vive!».

Cuando Jerusalén creció y se convirtió en una joya preciosa, Yahweh pronunció sus votos matrimoniales e hizo un pacto con ella. Ya convertida en una bella doncella, inocente y tímida, Dios la vistió con ropas espléndidas y la calzó con sandalias de cuero de cabra de la mejor calidad. Le dio joyas preciosas, pulseras, collares hermosos y una corona para su cabeza. Parecía una reina, ¡y lo era! Su fama se extendió por todo el mundo a causa de su belleza. Sin embargo, toda esta romántica historia se descompuso: Jerusalén se envileció de tal manera que hizo parecer a sus hermanas, Samaria y Sodoma, como princesas decentes y castas.

La noticia prominente de hoy es que la prostitución no es el oficio más antiguo del mundo, sino la esclavitud moral y espiritual más antigua y vergonzosa de la historia. Dios te ama y desea limpiar tu alma de todo pecado y hacer de ti una nueva criatura. No dejes pasar esta oportunidad de entregarle tu corazón a Cristo y comenzar a disfrutar desde hoy mismo de una vida plena y abundante.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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