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HERENCIA SAQUEADA


HERENCIA SAQUEADA

«Sisac, rey de Egipto, atacó a Jerusalén y se apoderó de los tesoros del templo del Señor y del palacio real. Todo lo saqueó, y se llevó también los escudos de oro que había hecho Salomón» (2 Cr 12:9 DHH).

Un sabio proverbio dice que «el buen hombre deja herencia a hijos y nietos» (Pr 13:22). El rey David fue uno de esos hombres buenos, quien trabajó arduamente para reunir en abundancia los materiales necesarios para construir el templo del Señor. Dejó como herencia a su hijo 3 mil 400 toneladas de oro, 34 mil toneladas de plata, y tantas cantidades de bronce, hierro, madera y piedra que era imposible contarlas y pesarlas. Con todo este material, más lo que Salomón mismo acumuló, edificó un santuario magnífico y un palacio primoroso, convirtiendo a Jerusalén en una ciudad atractiva y famosa en todo el mundo.

Sin embargo, en el quinto año del reinado de Roboam, hijo de Salomón, el rey Sisac de Egipto subió y atacó Jerusalén con mil doscientos carros, sesenta mil caballos y un ejército incontable de soldados de infantería. Saqueó absolutamente todos los tesoros del templo del Señor y del palacio real, dejando estos lujosos edificios en condiciones paupérrimas. Pero, ¿por qué toda la herencia que David y Salomón habían acumulado para sus hijos y nietos terminó en los templos de Amón y Mut en Egipto? ¿Acaso el ejército del rey Sisac era más poderoso que el glorioso ejército de Judá?

Las respuestas a estas preguntas no son difíciles de contestar y ya no son un misterio para nadie. La Escritura dice: «Cuando Roboam estaba fuerte y firmemente establecido, abandonó la ley del Señor, y todo Israel lo siguió en este pecado» (2 Cr 12:1 NTV). Una ley absoluta, universal e intemporal, dicta que el hombre que teme a Dios y obedece sus mandamientos tendrá una vida plena, será próspero en todos sus caminos y saldrá victorioso contra sus enemigos. Dios no tiene nietos, sólo hijos, y cada hombre necesita conocer a Dios personalmente y hacer su propio compromiso de obedecer su ley.

Hemos visto que el pecado es veneno para la felicidad y la prosperidad personal y nacional. Dios jamás bendecirá a ninguno de sus hijos ni a la nación que practique el pecado. Analizando la historia de Roboam, podemos afirmar que, si un creyente descuida su conexión diaria con el Señor y su relación estrecha con su Palabra, corre el riesgo de que todo lo que haga sea desbaratado y que todas sus posesiones vayan a parar a las manos de los incrédulos. Entonces, ¿vas a ser fiel al Señor o te arriesgarás a que tus riquezas se escurran como el agua entre tus dedos?

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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