ESPOSAS PAGANAS
«Cada uno de estos hombres tenía una esposa pagana, y algunos hasta tenían hijos con ellas» (Esd 10:44 NTV).
En su gran amor y misericordia, Dios permitió que Salomón construyera un templo en Jerusalén. Sin embargo, debido a la incredulidad y desobediencia de los gobernantes y del pueblo de Israel, Dios autorizó que el rey Nabucodonosor de Babilonia (604-562 a. C.) destruyera el templo y llevara cautivos a miles de israelitas a Babilonia. Pasados los setenta años de cautiverio, Dios hizo que el rey Ciro de Persia (559-530 a. C.) emitiera un edicto para que Zorobabel, acompañado de un buen grupo de judíos, regresara a Jerusalén para reconstruir el templo de Yahweh.
Durante el gobierno del rey Artajerjes de Persia (465-424 a. C.), Dios volvió a mostrar su maravillosa gracia sobre su pueblo escogido, permitiendo que el rey concediera un permiso al sacerdote Esdras, quien, acompañado de otro grupo de judíos, regresara a Jerusalén para remodelar y embellecer el templo del Señor. Esdras era un escriba muy instruido en la ley de Moisés. Había decidido estudiar profundamente y obedecer fielmente la ley del Señor, para enseñar con propiedad sus decretos y ordenanzas al pueblo de Israel.
Cuando Esdras y su grupo arribaron a Jerusalén, se encontraron con la terrible noticia de que muchos del pueblo de Israel, incluyendo algunos sacerdotes y levitas, se habían corrompido casándose con mujeres paganas. Dios había ordenado claramente a su pueblo que no debía emparentar con los habitantes de Canaán ni casar a sus hijos e hijas con personas de esos pueblos, porque estos harían que sus hijos se apartaran del Señor y adoraran otros dioses (Dt 7:2-4).
Entonces Esdras y una gran multitud de Israel (hombres, mujeres y niños) clamaron en oración delante del Señor, lloraron amargamente confesando sus pecados y se comprometieron a divorciarse de sus esposas paganas y echarlas junto con sus hijos. El sabio Salomón dijo que el camino más corto hacia la prosperidad personal, familiar y nacional es confesar los pecados delante de Dios y apartarse de ellos inmediatamente.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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