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ALGARABÍA


ALGARABÍA

«Los gritos de alegría se mezclaron con el llanto y produjeron un clamor que podía oírse a gran distancia» (Esd 3:13 NTV).

Todos los israelitas que voluntariamente regresaron de Persia a Judea acompañando a Zorobabel tenían un mismo propósito: reconstruir el altar del Dios de Israel, donde pudieran ofrecer holocaustos y sacrificios según las instrucciones de la ley de Moisés. A pesar de la oposición de los moradores de aquellas tierras, reconstruyeron el altar en su justo lugar y, cada día, mañana y tarde, ofrecían holocaustos al Señor.

Acto seguido, el pueblo comenzó a reconstruir el templo del Señor. Contrataron albañiles y carpinteros, compraron troncos de cedro de Tiro y Sidón y los transportaron desde el Líbano hasta Jope por la costa marítima, ya que contaban con el respaldo del rey Ciro. Todos los que habían regresado del destierro se pusieron manos a la obra. Los levitas realizaban el trabajo de reconstrucción, mientras los sacerdotes supervisaban el trabajo.

Cuando terminaron de colocar los cimientos del templo del Señor, sonaron las trompetas y los címbalos para alabar a Yahweh y declarar su bondad y fiel amor para con su pueblo Israel. La algarabía del pueblo alabando a Dios y el llanto de los líderes ancianos que conocieron el primer templo se mezclaron, produciendo un clamor que podía oírse a lo lejos.

Toda gran obra comienza con Dios, continúa con Dios y se fortalece con Dios. Estos israelitas trabajaron con ahínco y devoción, sin imaginar que un día ese templo sería visitado por su majestad real: Jesús de Nazaret. Y tú, ¿con qué actitud estás trabajando en tu ser interior, que es el templo de Dios?

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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