EL PUEBLO DEL LIBRO
EL PUEBLO DEL LIBRO
«Leían del libro de la ley de Dios y explicaban con claridad el significado de lo que se leía, así ayudaban al pueblo a comprender cada pasaje» (Neh 8:8 NTV).
Una vez que la muralla de Jerusalén fue reconstruida en cincuenta y dos días y sus puertas debidamente instaladas, Nehemías nombró porteros, cantores y levitas. Dio órdenes de que las puertas permanecieran cerradas con las barras puestas hasta que el sol estuviera alto. Algunos residentes de Jerusalén hicieron guardia como centinelas y otros frente a sus propias casas. El 8 de octubre del 445 a. C., todo el pueblo (hombres, mujeres y niños con edad suficiente para entender) se reunió en la plaza frente a la «puerta del agua» y le pidió al sacerdote Esdras que sacara el libro de la ley de Moisés y lo leyera en voz alta.
El pueblo, de pie, lloraba amargamente mientras se leía el libro de la ley, porque reconocieron que todas las palabras escritas se habían cumplido al pie de la letra. Sus padres habían abandonado al Señor y por eso fueron llevados al cautiverio, pero ahora Dios los había regresado en paz y en bendición, para devolverles el estatus de nación venerable y escogida por Dios, y hacer que la luz de su testimonio siguiera brillando entre los pueblos de la tierra. Esdras leyó el libro de la ley de Dios durante cada uno de los siete días de la Fiesta de los Tabernáculos (Sucot) y el pueblo celebró con alegría porque habían oído y entendido la Palabra de Dios.
La Palabra de Dios es el agua viva que calma la sed espiritual de todo ser humano. Qué interesante que, en la «puerta del agua» de Jerusalén, se derramó el «Agua Viva» del cielo, para que todos bebieran hasta saciarse. Y es que está escrito que ningún hombre vivirá bien en la tierra si no le da a Dios el primer lugar en su vida y hace el compromiso serio de leer, entender y obedecer sus mandamientos. La Biblia no es aburrida; por el contrario, es perfecta para convertir el alma y es dulce para alegrar el corazón.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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