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EL CENSO DE LA DISCORDIA


EL CENSO DE LA DISCORDIA

«Satanás se levantó contra Israel y provocó que David hiciera un censo del pueblo de Israel» (1 Cr 21:1 NTV).

Aunque Dios consideró a David como un hombre conforme a su corazón, este no fue un siervo intachable. El adulterio con Betsabé, el asesinato de su esposo Urías y el censo del pueblo de Israel fueron tres manchas bochornosas en su ministerio. David no supo discernir que era Satanás mismo quien lo estaba tentando para llevar a cabo un nuevo censo. Su propio general, Joab, famoso por ser audaz y valiente pero no por ser prudente y espiritual, le reprochó su decisión advirtiendo que haría pecar al pueblo, pero David insistió neciamente en llevarlo a cabo. ¿Pero por qué Dios se enojó tanto con David por el censo?

En primer lugar, es posible que David estuviera evaluando la viabilidad de implementar un nuevo impuesto que Dios no había autorizado. En segundo lugar, es posible que David planeara reclutar más soldados para el ejército pensando en nuevas incursiones bélicas, sin tomar en cuenta que solo Dios podía ordenar a su pueblo hacer la guerra. Y, en tercer lugar, es posible que David estuviera atravesando un momento de crisis en su fe en Yahweh y procurara comprobar su fortaleza militar en lugar de depender de Dios, quien es Jehová Sabaot (El Señor de los ejércitos) y Jehová Nissi (El Señor es nuestra bandera).

Entonces, Dios se enojó con David y castigó severamente al pueblo de Israel por el censo. Dios le permitió a David elegir una de tres opciones: 1) Tres años de hambre. 2) Tres meses de invasión enemiga. 3) Tres días de plaga y devastación. David eligió la tercera y la plaga mató a unas setenta mil personas. Si David y los líderes de Israel no se hubieran arrepentido y humillado delante de Dios, el Ángel de Jehová, con espada desenvainada, habría destruido la ciudad de Jerusalén.

Esta historia es una fuente de sabiduría, especialmente para los líderes más prestigiosos y destacados en el reino de Dios. La afición por los números y las estadísticas, ya sea por arrogancia, avaricia o debilidad, puede llevar al pecado y provocar el celo del Señor, atrayendo la ruina sobre el pueblo. Por lo tanto, hagamos la obra del Señor con humildad y dependencia total de su gracia. Recordemos que sus ojos no solo juzgan nuestras acciones, sino también nuestras motivaciones.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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