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EL TEMPLO SOY YO


EL TEMPLO SOY YO

«En cuanto a esta casa que edificas, si caminas en mis preceptos, cumples mis decretos y guardas todos mis mandamientos andando en ellos, yo cumpliré contigo mi palabra, la que dije a David, tu padre: Habitaré en medio de los hijos de Israel y no abandonaré a mi pueblo Israel» (1 R 6:12-13 RV95).

El rey David se esforzó en reunir los materiales necesarios para la construcción del Templo, pero Dios no le concedió el privilegio de hacerlo porque sus manos estaban manchadas con la sangre de sus enemigos. Su reinado estuvo plagado de contiendas internas y guerras contra enemigos extranjeros. En contraste, el reinado de Salomón fue un período de paz y prosperidad. Elegido por Dios, Salomón llevó a cabo la monumental tarea de erigir un santuario en honor de Yahweh. La obra comenzó durante el cuarto año de su reinado, cuatrocientos ochenta años después de la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto.

El Templo que Salomón construyó fue majestuoso desde todos los ángulos. Las piedras se labraron en las canteras, sin ruido de martillos, hachas ni otras herramientas de hierro en el lugar de la obra. Sin embargo, la presencia de Dios y el cumplimiento de la promesa hecha a David de vivir entre su pueblo no dependían de la suntuosidad de la estructura, sino de la obediencia del rey y la nación a los decretos y ordenanzas establecidos en Sinaí.

La construcción del Templo duró siete años. Todo el interior, desde el piso hasta el techo, estaba revestido con paneles de madera de cedro y ciprés. El Lugar Santísimo estaba decorado con cedro desde el suelo hasta el techo, y Salomón lo revistió de oro macizo. Fabricó cadenas de oro para proteger la entrada y dos querubines con madera de olivo silvestre revestidos de oro, colocando allí el Arca del Pacto del Señor.

La noticia importantísima es que Dios te ama con todo su amor divino. Si crees en Jesús con todo tu corazón, la Santísima Trinidad ha prometido morar en ti y hacer de tu corazón su templo sagrado. Ya no necesitas ir a Jerusalén para entrar en su presencia; Dios está aquí, en medio de ti. Habla con Él y disfruta de su compañía ahora mismo.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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