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EL QUE DESOBEDECE, PIERDE


EL QUE DESOBEDECE, PIERDE

«Esa conducta llevó a la dinastía de Jeroboam a pecar, y causó su caída y su desaparición de la faz de la tierra» (1 R 13:34 NVI).

Dios había instruido claramente a los israelitas que no se casaran con mujeres extranjeras, ya que estas inclinarían sus corazones hacia sus dioses. Sin embargo, Salomón ignoró la advertencia divina y tomó setecientas esposas y trescientas concubinas, las cuales apartaron su corazón del Señor, llevándolo a postrarse y adorar a Astoret, Quemos y Moloc. De esta manera, Salomón cometió un vil acto de traición al pacto que había hecho con Yahweh. Como consecuencia, Dios lo castigó dividiendo su reino en dos: Primero, el Reino de Judá: Su hijo Roboam gobernó sobre las tribus de Judá y Benjamín, con Jerusalén como capital. Segundo, el Reino de Israel: Jeroboam, su siervo, gobernó sobre las diez tribus restantes, estableciendo Samaria como capital.

Roboam demostró ser un rey insensato y soberbio al no escuchar el consejo de los ancianos de aliviar los impuestos con los que Salomón afligió al pueblo. En su lugar, siguió el consejo de los jóvenes y gravó aún más al pueblo. Esto llevó a que los israelitas nombraran a Jeroboam como rey, rompiendo así el vínculo con Judá de forma permanente. Los habitantes de Judá, siguiendo el mal ejemplo de su rey, construyeron santuarios paganos, erigieron columnas sagradas y postes dedicados a la diosa Asera. Como resultado, Dios permitió que el rey Sisac de Egipto atacara Jerusalén y saqueara los tesoros del Templo y del palacio real.

Jeroboam, por su parte, fue un rey extremadamente malvado y perverso. Fabricó dos becerros de oro y los colocó en los extremos de su reino, en las ciudades de Dan y Betel, diciendo que estos eran los dioses que los habían sacado de Egipto. Además, erigió santuarios paganos, designando sacerdotes de manera indiscriminada y celebrando fiestas espirituales que eran una imitación burda de las festividades en Judá. Dios castigó a Jeroboam, eliminando por completo su dinastía de la faz de la tierra.

La enseñanza principal es que Dios desea que seas obediente a su palabra para que prosperes en la tierra. Sin embargo, comprende las debilidades de la carne humana y cómo el viejo hombre constantemente te empuja a desobedecer. Por ello, Dios desea que creas en Jesús y lo confieses como tu Señor y Salvador. Así, Él enviará su Espíritu para habitar en ti, dándote la fuerza espiritual para obedecer y cumplir su voluntad. Entonces, ¿estás listo para creer en Jesús?

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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