BLASFEMIA
BLASFEMIA
«Por mi propia honra y por amor a mi siervo David, defenderé esta ciudad y la protegeré» (2 R 19:34 NTV).
¿Alguna vez te has visto envuelto en una situación apremiante, extremadamente peligrosa y sin una solución aparente? Pues así se encontró el rey Ezequías cuando recibió el ultimátum de Senaquerib, rey de Asiria. Ezequías, el decimotercer rey de Judá, actuó de manera favorable ante Dios. Durante su gobierno, la nación experimentó un notable avivamiento espiritual: eliminó los santuarios paganos, destruyó las columnas sagradas y derribó los postes dedicados a la diosa Asera. Ezequías confió en Yahweh y obedeció sus mandamientos.
En el año 701 a.C., Senaquerib atacó y conquistó varias ciudades de Judá. Luego, envió a su jefe del Estado Mayor, acompañado de su poderoso ejército, para sitiar Jerusalén, con un mensaje que se podría resumir así: «Somos la nación más poderosa del mundo. No importa en quién confíen, los derrotaremos. Los haremos sufrir de hambre y sed hasta que se vean obligados a comer sus propios excrementos y beber su propia orina. Si creen que Yahweh los librará de nuestras manos, están muy equivocados, porque los derrotaremos de todas formas».
Entonces, Ezequías oró fervientemente y adoró reverentemente a Dios. Luego, envió a sus altos funcionarios para rogar al profeta Isaías que intercediera por ellos ante Dios y suplicara por la salvación de la ciudad y del reino. Entonces, Dios respondió al rey Ezequías que actuaría apropiadamente en relación con la blasfemia de los asirios: esa misma noche, el Ángel del Señor visitó el campamento asirio y aniquiló de un plumazo a ciento ochenta y cinco mil soldados. Humillado y avergonzado, el rey Senaquerib regresó a su tierra, y unos días después, mientras rendía culto en el templo de su dios Nisroc, sus propios hijos, Adramelec y Sarezer, lo asesinaron.
La soberbia conduce a la tragedia, ya que es duro chocar contra el aguijón. Senaquerib blasfemó contra Dios y terminó mal, muy mal. Ezequías se humilló ante Dios y terminó bien, muy bien. Como dice el salmista: «El Ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende» (Sal 34:7). La disputa entre el rey Ezequías y el rey Senaquerib confirma que aquellos que caminan en obediencia a la Palabra de Dios son invencibles en todas sus batallas y son inmortales hasta que han cumplido su misión en la tierra.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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