AMOR DE PADRE
AMOR DE PADRE
«El rey dio a Joab, a Abisai y a Itai esta orden: "Tratad benignamente, por amor a mí, al joven Absalón". Y todo el pueblo oyó cuando dio el rey orden acerca de Absalón a todos los capitanes» (2 S 18:5 RV95).
Alguien dijo una vez: «Tener un hijo es como si tu corazón saliera de tu pecho y andara fuera de tu cuerpo el resto de tu vida». El rey David tuvo muchos hijos a quienes amó tiernamente. Habría dado lo que fuera para que su primogénito, Amnón, lo sucediera en el trono, pero fue asesinado por los siervos de Absalón. Entonces, David habría deseado que fuera el apuesto Absalón quien ocupara su trono, pero éste último reunió un poderoso ejército de todo Israel y se rebeló contra su padre. David libró numerosas batallas, pero la más dolorosa de todas fue la que tuvo que lidiar contra Absalón, su propio hijo.
El bosque de Efraín fue el escenario de la batalla entre los valientes de David y las tropas israelitas. La contienda fue feroz y resultó en una gran matanza, con la pérdida de unos 20 mil hombres. Durante el combate, el joven Absalón intentó escapar en su mula, pero al pasar bajo un árbol, su cabello se enredó en las ramas y quedó suspendido en el aire. Entonces, Joab, con rapidez y determinación, tomó tres dagas y las clavó en el corazón de Absalón mientras este estaba atrapado. Después, otros diez escuderos de Joab lo rodearon y lo remataron.
Cuando la noticia de la muerte de su hijo Absalón llegó a oídos del rey David, se sintió abrumado por la emoción. Subió a su habitación llorando desconsoladamente, lamentando: «¡Oh, mi hijo Absalón! ¡Hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Si tan solo yo hubiera muerto en tu lugar! ¡Oh, Absalón, mi hijo, mi hijo!». La pérdida de un hijo lleva consigo una parte vital y sensible de los padres. Los éxitos y fracasos de los hijos también son compartidos por los padres. La vida y la muerte de los hijos están intrínsecamente ligadas a sus padres. Es conmovedor leer este lamento desgarrador que refleja el corazón destrozado de un padre que amó a su hijo tanto que habría dado su propia vida por salvarlo.
La maravillosa noticia es que Dios, nuestro amoroso Padre celestial, comprende profundamente el dolor que acompaña la pérdida de un hijo amado. Dios amó tanto al mundo que entregó a su propio Hijo como sacrificio vivo para nuestra salvación. Quien se arrepienta y crea en Jesús será perdonado y recibirá el regalo de la vida eterna.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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