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EL MÁS APUESTO


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«Mañana a esta hora te enviaré a un hombre de la tierra de Benjamín. Úngelo para que sea el líder de mi pueblo, Israel. Él lo librará de los filisteos, porque desde lo alto he mirado a mi pueblo con misericordia y he oído su clamor» (1 S 9:16 NTV).

Hemos llegado al final del período de los Jueces en Israel, una época caracterizada por la ausencia de un rey, donde cada individuo hacía lo que consideraba correcto según su propio juicio. Han transcurrido aproximadamente trescientos cincuenta años desde que Josué lideró la travesía del río Jordán y llevó a cabo la conquista de la Tierra Prometida. Durante ese tiempo, los filisteos y otros pueblos colindantes han oprimido implacablemente a los israelitas durante décadas. En respuesta a esta situación y ante la clara infidelidad del pueblo hacia el Señor, han solicitado a Samuel que designe a un rey para ellos, siguiendo el modelo de otras naciones. No obstante, a pesar de la desviación del pueblo, Dios, quien es paciente y abundante en misericordia, ha escuchado compasivamente el clamor de su pueblo y ha decidido intervenir en su favor.

Ahora bien, Saúl, hijo de Cis, perteneciente a la tribu de Benjamín, de repente se convirtió en la figura central de todas las esperanzas de Israel. Saúl destacaba por su apariencia, siendo el hombre más guapo, alto y esbelto de toda la región, mientras que su padre, Cis, ostentaba el título de hombre más próspero e influyente del área. En ese momento, Dios instruyó a Samuel a ungir a Saúl como el líder del país, y él condujo a los israelitas en una campaña exitosa contra Nahas, el rey de los amonitas, derrotándolo. Los amonitas habían estado oprimiendo a los israelitas en la región de Galaad, sometiéndolos a humillaciones como dejarlos ciegos del ojo derecho.

Cuando Israel solicitó un rey, rechazando a Yahweh como su soberano, cometió un acto de gran desviación que Dios no dejó sin señalarles. Sin embargo, Samuel llegó al final de su carrera y se despidió del pueblo dejando un testimonio impecable. En su despedida, Samuel instó tanto al rey como al pueblo a adorar exclusivamente a Dios y a obedecer sus mandamientos, asegurándoles que así prosperarían en todos sus caminos y prevalecerían sobre sus enemigos. Pero advirtió que la desobediencia a la Palabra de Dios conllevaría inevitablemente a su destrucción. Una vez más, observamos que la fórmula del éxito para el pueblo de Israel radicaba en amar a Dios y obedecer su Ley.

La noticia que te concierne especialmente es que Dios te ama apasionadamente, tanto como amó a su pueblo Israel, y anhela brindarte la oportunidad de corregir tus decisiones erróneas, invitándote a regresar a Él en adoración con un nuevo compromiso de fidelidad y obediencia a su Palabra. En la vida cristiana, las victorias no se obtienen mediante apariencias físicas, sino a través de la sumisión espiritual a la voluntad de Dios.

–Carlos Humberto Suárez Filtrín

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«Mañana a esta hora te enviaré a un hombre de la tierra de Benjamín. Úngelo para que sea el líder de mi pueblo, Israel. Él lo librará de los filisteos, porque desde lo alto he mirado a mi pueblo con misericordia y he oído su clamor» (1 S 9:16 NTV).

Hemos llegado al final del período de los Jueces en Israel, una época caracterizada por la ausencia de un rey, donde cada individuo hacía lo que consideraba correcto según su propio juicio. Han transcurrido aproximadamente trescientos cincuenta años desde que Josué lideró la travesía del río Jordán y llevó a cabo la conquista de la Tierra Prometida. Durante ese tiempo, los filisteos y otros pueblos colindantes han oprimido implacablemente a los israelitas durante décadas. En respuesta a esta situación y ante la clara infidelidad del pueblo hacia el Señor, han solicitado a Samuel que designe a un rey para ellos, siguiendo el modelo de otras naciones. No obstante, a pesar de la desviación del pueblo, Dios, quien es paciente y abundante en misericordia, ha escuchado compasivamente el clamor de su pueblo y ha decidido intervenir en su favor.

Ahora bien, Saúl, hijo de Cis, perteneciente a la tribu de Benjamín, de repente se convirtió en la figura central de todas las esperanzas de Israel. Saúl destacaba por su apariencia, siendo el hombre más guapo, alto y esbelto de toda la región, mientras que su padre, Cis, ostentaba el título de hombre más próspero e influyente del área. En ese momento, Dios instruyó a Samuel a ungir a Saúl como el líder del país, y él condujo a los israelitas en una campaña exitosa contra Nahas, el rey de los amonitas, derrotándolo. Los amonitas habían estado oprimiendo a los israelitas en la región de Galaad, sometiéndolos a humillaciones como dejarlos ciegos del ojo derecho.

Cuando Israel solicitó un rey, rechazando a Yahweh como su soberano, cometió un acto de gran desviación que Dios no dejó sin señalarles. Sin embargo, Samuel llegó al final de su carrera y se despidió del pueblo dejando un testimonio impecable. En su despedida, Samuel instó tanto al rey como al pueblo a adorar exclusivamente a Dios y a obedecer sus mandamientos, asegurándoles que así prosperarían en todos sus caminos y prevalecerían sobre sus enemigos. Pero advirtió que la desobediencia a la Palabra de Dios conllevaría inevitablemente a su destrucción. Una vez más, observamos que la fórmula del éxito para el pueblo de Israel radicaba en amar a Dios y obedecer su Ley.

La noticia que te concierne especialmente es que Dios te ama apasionadamente, tanto como amó a su pueblo Israel, y anhela brindarte la oportunidad de corregir tus decisiones erróneas, invitándote a regresar a Él en adoración con un nuevo compromiso de fidelidad y obediencia a su Palabra. En la vida cristiana, las victorias no se obtienen mediante apariencias físicas, sino a través de la sumisión espiritual a la voluntad de Dios.

–Carlos Humberto Suárez Filtrín

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«Mañana a esta hora te enviaré a un hombre de la tierra de Benjamín. Úngelo para que sea el líder de mi pueblo, Israel. Él lo librará de los filisteos, porque desde lo alto he mirado a mi pueblo con misericordia y he oído su clamor» (1 S 9:16 NTV).

Hemos llegado al final del período de los Jueces en Israel, una época caracterizada por la ausencia de un rey, donde cada individuo hacía lo que consideraba correcto según su propio juicio. Han transcurrido aproximadamente trescientos cincuenta años desde que Josué lideró la travesía del río Jordán y llevó a cabo la conquista de la Tierra Prometida. Durante ese tiempo, los filisteos y otros pueblos colindantes han oprimido implacablemente a los israelitas durante décadas. En respuesta a esta situación y ante la clara infidelidad del pueblo hacia el Señor, han solicitado a Samuel que designe a un rey para ellos, siguiendo el modelo de otras naciones. No obstante, a pesar de la desviación del pueblo, Dios, quien es paciente y abundante en misericordia, ha escuchado compasivamente el clamor de su pueblo y ha decidido intervenir en su favor.

Ahora bien, Saúl, hijo de Cis, perteneciente a la tribu de Benjamín, de repente se convirtió en la figura central de todas las esperanzas de Israel. Saúl destacaba por su apariencia, siendo el hombre más guapo, alto y esbelto de toda la región, mientras que su padre, Cis, ostentaba el título de hombre más próspero e influyente del área. En ese momento, Dios instruyó a Samuel a ungir a Saúl como el líder del país, y él condujo a los israelitas en una campaña exitosa contra Nahas, el rey de los amonitas, derrotándolo. Los amonitas habían estado oprimiendo a los israelitas en la región de Galaad, sometiéndolos a humillaciones como dejarlos ciegos del ojo derecho.

Cuando Israel solicitó un rey, rechazando a Yahweh como su soberano, cometió un acto de gran desviación que Dios no dejó sin señalarles. Sin embargo, Samuel llegó al final de su carrera y se despidió del pueblo dejando un testimonio impecable. En su despedida, Samuel instó tanto al rey como al pueblo a adorar exclusivamente a Dios y a obedecer sus mandamientos, asegurándoles que así prosperarían en todos sus caminos y prevalecerían sobre sus enemigos. Pero advirtió que la desobediencia a la Palabra de Dios conllevaría inevitablemente a su destrucción. Una vez más, observamos que la fórmula del éxito para el pueblo de Israel radicaba en amar a Dios y obedecer su Ley.

La noticia que te concierne especialmente es que Dios te ama apasionadamente, tanto como amó a su pueblo Israel, y anhela brindarte la oportunidad de corregir tus decisiones erróneas, invitándote a regresar a Él en adoración con un nuevo compromiso de fidelidad y obediencia a su Palabra. En la vida cristiana, las victorias no se obtienen mediante apariencias físicas, sino a través de la sumisión espiritual a la voluntad de Dios.

–Carlos Humberto Suárez Filtrín

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