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Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS


Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS

«Entonces la nube cubrió el tabernáculo, y la gloria del Señor llenó el tabernáculo» (Ex 40:34 NTV).

El Tabernáculo de Yahweh fue construido por el judío Bezaleel, el danita Aholiab y un gran número de trabajadores, según las órdenes minuciosas y estrictas que el Señor le dio a Moisés en el monte Sinaí. De esta manera el Tabernáculo fue armado y consagrado justo un año después que los israelitas salieron victoriosos de su penosa esclavitud en Egipto. Aarón y sus hijos fueron vestidos y ungidos con la indumentaria sacerdotal quedando consagrados para ministrar perpetuamente como sacerdotes. El pueblo se desbordó con sus ofrendas proveyendo alegremente de todos los materiales necesarios para la construcción. Dios miró con agrado la obra que Moisés y el pueblo habían realizado, y con beneplácito su gloria llenó cada centímetro cúbico del Tabernáculo. La nube del Señor quedaba en el aire sobre el Tabernáculo durante el día y una columna de fuego resplandecía dentro de ella durante la noche. Toda la familia de Israel pudo ver, admirar y sentir la presencia de Yahweh todos los días que tardó su peregrinación en el desierto.

El Tabernáculo tuvo un significado teológico profundo para los israelitas. En el Tabernáculo se encontraron el cielo y la tierra, porque fue el lugar designado por Dios para encontrarse con su pueblo. Dentro del Lugar Santísimo, estaba el Arca del Pacto, que representó la presencia misma de Dios entre los israelitas. En ese tiempo había cientos de templos suntuosos en muchas metrópolis, pero Dios no estaba allí, pues había decidido morar en el desierto, justo en el centro del campamento israelita. El Tabernáculo se convirtió en el lugar de los rituales de sacrificio y expiación para la adoración a Dios, la reconciliación con Dios y la purificación del pecado, porque sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados. El diseño y los elementos del Tabernáculo tenían significados simbólicos que apuntaban hacia la redención y la comunión con Dios. Por ejemplo, el velo que separaba el Lugar Santísimo del Lugar Santo simbolizaba la separación entre Dios y la humanidad a causa del pecado.

José como persona y el Tabernáculo como estructura e institución fueron los tipos o prefiguraciones más completos de Jesús en el Antiguo Testamento. El Tabernáculo en su conjunto –ubicación orientada hacia el este, distribución de áreas, muebles dentro y fuera de la tienda, elementos necesarios (agua, incienso, panes y aceite), los materiales que se utilizaron para su construcción– fue una preciosa fotografía del Mesías prometido, que enseñó al pueblo cómo sería su carácter y la obra redentora que realizaría a favor del mundo entero. Jesús habitó (literalmente «tabernaculizó») entre nosotros, fue como la nube para el pueblo (su nombre es Emanuel, que significa «Dios con nosotros»), fue el templo mismo de Dios (Yo y el Padre uno somos), fue el Sumo Sacerdote (santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores y hecho más sublime que los cielos) y la ofrenda (el Cordero de Dios) ofrecida en la cruz (el altar) por el pecado. ¡Jesús de Nazaret fue la manifestación suprema de la presencia de Dios entre los hombres!

El pastor estadounidense, Brian Zahnd, escribió lo siguiente: «Dios no pudo decir todo lo que quería decir en un libro (o en un Tabernáculo), así que lo dijo por medio de una vida –la vida de Jesucristo–. Jesús es lo que Dios nos quiso decir». Dios habló muchas veces y de muchas maneras a su pueblo en el pasado, pero ahora nos ha hablado de manera clara y contundente por el Hijo. Ya no tenemos que contemplar a Dios por medio de estructuras, muebles, elementos o rituales, ahora solo tenemos que mirar a Cristo y veremos exactamente cómo es Dios, porque Dios es como Jesús. Jesús es la ventana amplia y perfecta al corazón de Dios. Jesús habló exactamente todo lo que Dios quería que oyéramos e hizo exactamente todo lo que Dios quería que viéramos. Jesús no vino para llevarnos al cielo, sino llevarnos directamente al abrazo del Padre. Cree en Jesús ahora mismo, y serás salvo tú y tu casa.

–Carlos Humberto Suárez Filtrín

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