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EMANUEL, DIOS CON NOSOTROS


EMANUEL, DIOS CON NOSOTROS

«Luego hizo una cubierta de oro puro, que llamó propiciatorio. Tenía un metro con diez centímetros de largo, y setenta centímetros de ancho» (Ex 37:6 NBV).

El Tabernáculo era una estructura portátil construida por los israelitas durante su travesía por el desierto, según las instrucciones dadas por Dios a Moisés en el monte Sinaí. Fue diseñado como un lugar de encuentro entre el cielo y la tierra, entre Dios y su pueblo. Estaba dividido en dos partes principales: el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. El Lugar Santo albergaba tres muebles: el candelabro de siete brazos, la mesa de los panes de la proposición y el altar del incienso. En el Lugar Santísimo únicamente se encontraba el Arca del Pacto, que era el símbolo de la presencia de Dios, el trono de Dios en la tierra. Dentro del Arca del Pacto se encontraban tres elementos sagrados: las Tablas de la Ley, el Cáliz de Maná y la Vara de Aarón que floreció milagrosamente. El Tabernáculo estaba rodeado por un patio donde se encontraba el Altar de Bronce, el Lavacro y la puerta del atrio. Este patio estaba cubierto por tiendas de piel de cabra, las cuales se montaban y se desmontaban fácilmente durante los viajes de los israelitas por el desierto.

El Arca del Pacto fue construido por Bezaleel, un hábil diseñador de la tribu de Judá que, junto al danita Aholiab, desempeñó un papel importante en la construcción del Tabernáculo. Estos dos varones fueron elegidos específicamente y capacitados por Dios con sabiduría en todo tipo de trabajo artesanal para realizar estas tareas. Construyeron el Arca de madera de Acacia y la recubrieron de oro puro por dentro y por fuera. La tapa del Arca o Propiciatorio también fue hecha de madera de Acacia y revestida con oro puro. Luego formaron dos querubines de oro labrado a martillo y los colocaron frente a frente en los dos extremos de la tapa de la expiación, con las alas extendidas por encima de la cubierta para protegerla. La madera de acacia y el oro puro nos pueden hablar tipológicamente de las dos naturalezas de Jesucristo: el oro puro con su naturaleza divina, eterna, inmutable y perfecta; y la madera de acacia con su naturaleza humana, que experimentó las debilidades y las limitaciones de la humanidad.

El término «propiciatorio» deriva de la palabra latina «propitiatorium», que significa «lugar de expiación». Así que el propiciatorio era el lugar donde residía la presencia de Dios entre su pueblo –la _shekinah_–. En el Día de la Expiación –Yom Kipur–, el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo y rociaba la sangre del sacrificio sobre el propiciatorio, como parte del ritual de expiación por los pecados del pueblo. En ese momento aparecía la _Shekinah_ sobre el propiciatorio como una señal de la presencia y la aceptación de Dios. Gracias a la sangre del animal inocente vertida sobre el propiciatorio, el pueblo era reconciliado con Dios un año más. Fue enorme ese misterio: El Dios creador del cielo y la tierra, decidió descender al Lugar Santísimo del Tabernáculo, hacer del propiciatorio su trono y desde allí gobernar a su pueblo amado.

El famoso predicador estadounidense, Dwight Moody, dijo: «Dios tiene dos tronos. Uno en lo más alto de los cielos y otro en el más humilde de los corazones». ¡Ese es un misterio aún más grande y sublime! De entre todos los lugares maravillosos del universo, Dios ha decidido agacharse y morar en el corazón de aquel que confiesa a su Hijo Jesucristo como su Señor y su Salvador. El escritor, Mike Yaconelli, afirmó: «Ninguna oración puede hacer que Dios se acerque más. Sin ningún esfuerzo de tu parte, Dios ya mora pacientemente dentro de los tiernos rincones de tu propio corazón». ¿Te das cuenta de la maravilla que estamos hablando? ¡Dios está en ti! El autor estadounidense, Paul David Tripp, lo expresó así: «Jesús es Emanuel, de manera que nunca existe una situación, lugar o experiencia en la que te encuentras abandonado a tu suerte». Wow, Emanuel nos afirma en nuestra identidad como hijos de Dios y nos confirma su protección diaria y continua. Es decir, ¡jamás estoy solo ni en peligro ni un solo segundo de mi vida! Por lo tanto, Emanuel te anima hoy a decirle adiós a la soledad, a la melancolía y al estrés, porque Dios tiene el control.

–Carlos Humberto Suárez Filtrín

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