DIOS ES COMO JESÚS
DIOS ES COMO JESÚS
«Cerca de mí hay un lugar sobre una roca –añadió el Señor–. Puedes quedarte allí. Cuando yo pase en todo mi esplendor, te pondré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi mano, hasta que haya pasado. Luego, retiraré la mano y podrás verme la espalda» (Ex 33:21-23 NVI).
El pastor Gregory Boyd dijo una vez: «No hay nada que te transformará más que simplemente recordar que vives momento a momento en la presencia amorosa de Dios». Sin duda esa fue la experiencia de Moisés, puesto que él ministraba en la carpa de reunión hablando con el Señor diariamente. La presencia de Dios descendía como una columna de nube y se quedaba en el aire, así todos los israelitas podían constatar que Dios y Moisés estaban reunidos, como dos buenos amigos que se conocen desde hace mucho tiempo, se respetan y se aprecian profundamente, y disfrutan dialogar juntos por largo tiempo. Mientras tanto, cada israelita se paraba a la entrada de su propia carpa y se inclinaba, reverenciando al Señor por su grandeza y reconociendo que solo uno de ellos podía hablar con Dios cara a cara, Moisés.
Entonces Moisés invocó la petición más audaz que hombre alguno le haya hecho a Dios antes de la venida de Jesús: –«¡Te suplico que me muestres tu gloriosa presencia!». El famoso teólogo estadounidense, Dallas Willard, dijo: «Las personas espirituales no son aquellas que se ocupan de ciertas prácticas espirituales, sino las que viven su vida a partir de una relación conversacional con Dios». Efectivamente, Moisés hizo grandes obras como escritor, legislador y gobernador, pero lo más destacado de su historia fue su relación personal e íntima con Yahweh. El ruego de Moisés de ver el rostro de Dios manifestaba dos cosas: en primer lugar, demostraba el anhelo profundo de su corazón por conocer mejor a su amigo Yahweh; en segundo lugar, era temerario porque nadie podía ver el rostro de Dios y permanecer con vida.
Dios amaba a Moisés y lo conocía por nombre propio, pero dejarlo ver su rostro era condenarlo a la muerte, ya que el resplandor de su gloria fulminaría ipso facto a Moisés. La infinita majestad y preciosa santidad de Dios, que es tan abrumadora y poderosa que ningún ser humano, siendo pecador y limitado, podría soportarla y permanecer con vida. En otras palabras, la presencia directa de Dios es tan pura y gloriosa que la experiencia sería demasiado intensa y devastadora para un ser humano imperfecto como Moisés. Dios es Espíritu y el «rostro de Dios» en la narrativa bíblica es un antropomorfismo y representa su magnífica presencia y su glorioso carácter: compasivo, amoroso, paciente y misericordioso.
Ahora bien, por el evangelio hoy sabemos que Dios es como Jesús de Nazaret. La humanidad no siempre supo cómo es Dios en toda su dimensión, pero ahora lo sabemos exactamente al contemplar a Jesús. Jesús es el espejo del corazón del Padre. Jesús es el ícono del Dios invisible. La vida de Jesús fue todo lo que Dios nos quiso revelar acerca de Él, dándonos una explicación total de sí mismo. Jesús es la idea que Dios tiene acerca de sí mismo. Jesús es la vida humana de Dios. Así que la gran inquietud de Moisés por ver el rostro de Dios, hoy es posible cuando contemplamos el rostro de Jesús. Hoy podemos ver el rostro de Dios y hablar cara a cara con Él, porque «el evangelio es la buena y esencial noticia de cómo es Dios en verdad» (Graham Cooke).
–Carlos Humberto Suárez Filtrín
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