MÁS TERCO QUE UNA MULA
MÁS TERCO QUE UNA MULA
«A estas alturas, bien podría haber ya extendido mi mano y haberte herido a ti y a tu pueblo con una plaga capaz de exterminarlos de la faz de la tierra. Sin embargo, te he perdonado la vida con un propósito: mostrarte mi poder y dar a conocer mi fama por toda la tierra» (Ex 9:15-16 NTV).
Los capítulos 7 al 9 del libro de Éxodo dejan dos cosas en claro: el amor de Dios es inagotable y la terquedad del hombre también. La demanda de Dios a faraón era clara: Deja ir a mi pueblo al desierto para que me adore, y faraón se negó diez veces. Entonces Dios pudo destruirlos por completo, pero no lo hizo, y faraón pudo haber liberado a Israel, pero no lo hizo tampoco. Así que Dios envío diez plagas sobre la tierra de Egipto, las primeras tres afectaron a egipcios e israelitas por igual, pero a partir de la cuarta hasta la décima, solo afectaron a los egipcios. Ahora observen los términos en los que Moisés describe la actitud de faraón: «el corazón del faraón siguió endurecido y continuó negándose a escucharlos» (7:13, 22; 8:19; 9:12), «el faraón regresó a su palacio y no le prestó más atención al asunto» (7:23), «cuando el faraón vio que había alivio, se puso terco y se negó a escuchar a Moisés y a Aarón» (8:15), «el faraón volvió a ponerse terco y se negó a dejar salir al pueblo» (8:32), «aun así, el corazón del faraón siguió obstinado, y una vez más se negó a dejar salir al pueblo» (9:7), «al ver faraón que la lluvia, el granizo y los truenos habían cesado, él y sus funcionarios pecaron de nuevo, y el faraón se puso terco una vez más» (9:34).
Albert Einstein, el famoso físico alemán de origen judío, dijo: «Es más fácil desnaturalizar el plutonio que desnaturalizar el mal del espíritu del hombre». ¡Exacto! El corazón del hombre es obstinado y malvado porque está totalmente corrompido por el pecado. El pecado ha arruinado cada fibra de bondad del alma humana, «no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga» (Is 1:6). La desobediencia de Adán lo tiznó hasta los tuétanos y éste engendró pequeños pecadores hasta hoy. El faraón de Egipto se creía señor y dueño del pueblo israelita al negarle su libertad, desafiando la autoridad de Yahweh tantas veces como pudo. Él prometió una y otra vez que dejaría ir al pueblo al desierto, pero luego se arrepentía y retrocedía en su decisión. El faraón de Egipto representa al ser humano en su estado natural, rebelde y enemigo de Dios, con el puño elevado hacia el cielo, contrario a sus mandamientos e indiferente a sus promesas, mentiroso y blasfemo con sus palabras, empecinado de continuar en su camino cuyo fin es la muerte.
El famoso predicador inglés del siglo diecinueve, Charles Spurgeon, escribió una vez: «Como un pájaro no puede agotar el aire del cielo, ni un pez puede agotar el agua del mar, tampoco nosotros podemos agotar la gracia de Dios». Maravillosas palabras que expresan de manera elocuente el corazón magnánimo de Dios. Pero hay una cosa que tenemos que tener muy claro: la gracia de Dios es infinita, pero su paciencia no. Dios le dio diez oportunidades a faraón y su pueblo, pero no le concedió la undécima. Dios insistió una y otra vez que faraón y su pueblo se arrepintieran de sus perversidades y se volvieran en amistad con Él, pero ellos se negaron. Por ejemplo, antes de enviarles la plaga del granizo, Dios les urge a los egipcios que envíen a sus siervos a recoger sus animales del campo y meterlos en sus refugios para que no perezcan por la granizada. Algunos tuvieron temor de Dios y lo hicieron, pero la gran mayoría dejó a sus siervos y a sus animales en la intemperie y murieron. Ahora digamos: ¿Quién como el Señor, nuestro Dios, para amar de tal manera al pecador y darle tantas oportunidades para que se arrepienta?
La historia del faraón de Egipto debe hacerte reflexionar profundamente sobre tu actual relación con Dios. ¿Eres de aquellos que piensan que Dios es un abuelito alcahuete que te dejará pecar impunemente y proseguir en tu obstinación hasta el infinito y más allá? Yo que tú, haría un alto en mi vida ahora mismo, apreciaría la gracia de Dios que puso esta reflexión en mi mano como la última advertencia de su parte, me arrepentiría de todos mis pecados ahora mismo y creería en Jesús como mi Señor y Salvador sin dilatar ni un día más esa decisión. ¡Dios no te dejará que hagas lo que te dé la gana, donde te dé la gana, con quien te dé la gana sin pedir que rindas cuentas! No lo hará, no seas ignorante de las Escrituras ni ingenuo de la mente. Si Dios juzgó severamente a faraón por su terquedad, te juzgará también a ti por todas las veces que Él ha hablado a tu corazón y tú lo has rechazado, ¡esa es la verdad!
–Carlos Humberto Suárez Filtrín
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