LÁGRIMAS DE PERDÓN
LÁGRIMAS DE PERDÓN
«José ya no pudo contenerse. Había mucha gente en la sala, y él les dijo a sus asistentes: “¡Salgan todos de aquí!”. Así que estuvo a solas con sus hermanos en el momento de decirles quién era. Entonces perdió el control y se echó a llorar. Lloraba con tanta fuerza que los egipcios podían oírlo, y la notica pronto llegó hasta el palacio del faraón» (Gn 45:1-2 NTV).
Mientras el mundo entero lloraba de hambre, José lloraba a gritos por la emoción de saber que su padre vivía, de volver a ver a su hermanito Benjamín y de reencontrarse con sus demás hermanos. Un llanto tan vigoroso que todos sus vecinos egipcios lo escucharon e hizo que la noticia volara hasta el palacio de faraón. Al leer estos versículos, casi cuatro mil años después, todavía nos parece escuchar los sollozos angustiosos de este hombre que se desahogaba a moco tendido de la tristeza que anidaba en su alma por la injusticia que cometieron sus hermanos con él.
En Dotán, un lugar en la región de Siquem en el centro del país, José suplicó a sus hermanos por su vida cuando lo metieron en una cisterna, pero no quisieron escucharlo (Gn 42:21). Luego lo sacaron de la cisterna y lo vendieron como esclavo en Egipto (Gn 45:4). Cuando José tuvo a su primogénito, lo llamó _Manasés_, porque dijo: «Dios me hizo olvidar todas mis angustias y a todos los de la familia de mi padre» (Gn 41:51).
José nunca le atribuyó a Dios despropósito alguno en ninguna de sus penurias, por tal razón nunca se quejó con Dios. Él confió que por la buena voluntad de Dios llegó a Egipto antes que sus hermanos, para salvarles la vida a ellos, a sus familiares y preservar la vida de muchos más. José conoció el propósito de Dios revelado en sueños y lo creyó sin titubear: «fue él quien me hizo consejero del faraón, administrador de todo su palacio y gobernador de todo Egipto» (Gn 45:8). Sin embargo, José sólo tenía 17 años de edad, era apenas un adolescente cuando sus hermanos lo traicionaron y lo vendieron como esclavo. A cualquiera que le pasara algo así le destrozaría el corazón. Con justa razón el filósofo franco alemán, Barón de Holbach, dijo: «La traición supone una cobardía y una depravación detestable».
En este pasaje bíblico aprendemos del ejemplo de José acerca del valor de la virtud del perdón. El corazón es un santuario y no un lugar de cachivaches. El corazón fue creado para ser el lugar santísimo (gr. «naos») y no un basurero donde guardamos rencores, odios, amarguras y deseos de venganza. José perdonó de corazón a sus hermanos y fue libre espiritual y emocionalmente hablando. Superó las múltiples heridas que sus hermanos le habían infligido en el pasado, hizo borrón y cuenta nueva con ellos, y pasó a la siguiente página en la cual se escribiría la magnífica historia de Jacob y toda su familia trasladándose a la región de Gosén, la más propicia de todo Egipto.
Esta historia debería terminar así: «Y fueron felices para siempre». Pero ni a Charles Perrault, autor francés del famoso cuento popular «La cenicienta» se le habría ocurrido un final tan hermoso: José es el segundo hombre más poderoso en Egipto, Jacob y su familia tienen granos en abundancia durante los siete años de la más terrible hambruna registrada en la historia, los hebreos gozan de la provisión, la protección y de todos los privilegios del faraón, y José disfruta de la comunión de su padre, su hermanito Benjamín y de sus demás hermanos. Wow, Dios es bueno, dichoso el hombre que confía en Él.
–Carlos Humberto Suárez Filtrín
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