LA SANTIDAD NO PASA DE MODA
LA SANTIDAD NO
PASA DE MODA
«Manda llamar
a tu hermano Aarón y a sus hijos Nadab, Abiú, Eleazar e Itamar. Apártalos de
los demás israelitas para que me sirvan y sean mis sacerdotes. Hazle a Aarón
vestiduras sagradas que irradien belleza y esplendor» (Ex 28:1-2 NTV).
Aarón halló
gracia a los ojos de Dios y fue escogido para ser el Sumo Sacerdote del pueblo
Israel. Aarón fue el primer hijo de Amram y Jocabed, hermano mayor de Moisés y
de Miriam, y esposo de Elisabet con la cual engendró cuatro hijos: Nadab, Abiú,
Eleazar e Itamar. Aarón fue nieto de Coat y bisnieto de Leví, el tercer hijo que
Jacob tuvo en su esposa Lea. Recuerden que Dios había establecido a los descendientes
de Leví como la tribu sacerdotal de Israel, y dentro de la tribu, la familia de
Aarón fue escogida para el sacerdocio. Ahora bien, los sacerdotes tenían
múltiples funciones dentro de la estructura social y responsabilidades muy
importantes con referencia a la vida espiritual del pueblo de Israel: oficiaban
en el culto y los sacrificios, interpretaban y enseñaban la ley de Dios,
actuaban como mediadores entre Dios y el pueblo, cuidaban del Tabernáculo y sus
utensilios, y bendecían al pueblo en nombre de Yahweh.
Aarón y sus
hijos debían distinguirse de los demás israelitas por dentro y por fuera: su conducta
debía ser intachable y sus vestiduras debían ser consagradas, primorosas y preciosas.
Los artesanos más hábiles, es decir, aquellos a quienes Dios los había llenado
con un espíritu de sabiduría, debían confeccionar las ropas para Aarón y sus
hijos. El lino fino fue el material básico para confeccionar las vestimentas sacerdotales.
Traigan a la memoria que Israel salió de Egipto con el lino que se fabricaba
allí, ya que Egipto era el mayor y el mejor productor de este material entre
los pueblos antiguos. La mitra era un turbante semejante a una corona
hecha de lino fino que tenía una plancha de oro que decía «Santidad a Yahweh»,
y Aarón la llevaba en su frente para cargar sobre sí mismo toda la culpabilidad
de los israelitas cuando consagraban sus ofrendas. El efod era una capa
corta de dos piezas, una por delante y una por atrás, unidas en cada hombro con
un ónice en los cuales estaban grabados los nombres de las doce tribus, para recordar
al pueblo cuando abogara ante Dios por su favor.
El pectoral
colgaba del efod con cadenas de oro y estaba adornado de doce piedras, teniendo
cada una el nombre de una tribu; además, tenía las piedras del Urim y Tumim,
que significan «luces y perfecciones» para saber la voluntad de Dios sobre un
asunto importante. El manto era azul celeste, de una pieza con
campanillas y granadas de oro en el borde inferior que avisaban al pueblo
cuando el sumo sacerdote estaba en el Lugar Santísimo. La túnica blanca era
de lino fino y se ceñía al cuerpo, con las mangas apretadas a los brazos y llegaba
hasta los pies. El cinto era de lino fino también, una obra primorosa
adornada con un bordado colorido. La ropa interior les cubría desde las
caderas hasta los muslos, también era de lino fino y delicado para que el
cuerpo se mantuviera fresco y evitar de esta manera las manchas de sudor en sus
vestidos. En resumen, la vestimenta sumo sacerdotal representaba dos cosas: 1) la
pureza y la santidad en la presencia de Dios, y 2) el honor del cargo del sumo
sacerdote y la solemnidad de su función ceremonial.
En la
actualidad, las exquisitas vestiduras de los sacerdotes de Israel también nos
hablan del llamado a vivir vidas puras y santas, separadas del pecado y dedicadas
al servicio de Dios. La santidad no se devalúa ni pasa de moda, debemos estudiarla
con ahínco, enseñarla con pasión y practicarla con piedad. Los creyentes somos
el linaje escogido por Dios, hechos reyes y sacerdotes, la nación santa y el
pueblo adquirido para anunciar las virtudes de Jesucristo a los incrédulos e
interceder por las necesidades de ellos ante nuestro Señor. Es un gran honor ser
un hijo de Dios, pero conlleva una gran responsabilidad en el ministerio y en
la vida cristiana en general. Hablando de nuestro ministerio sacerdotal en el
mundo, déjenme terminar con las palabras del predicador del siglo diecisiete,
Thomas Brooks, quien escribió lo siguiente: «Acuérdate de esto, que tu vida es
corta, tus deberes muchos, tu ayuda grande y tu galardón seguro. Por tanto, no
desmayes, persevera y persiste en toda buena obra, y el cielo compensará todo».
–Carlos
Humberto Suárez Filtrín
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