EL CIELO NO ESTÁ EN CRISIS
EL CIELO NO ESTÁ EN CRISIS
«El Señor le dijo a Moisés: “Dile al pueblo de Israel que me traiga sus ofrendas sagradas. Acepta las contribuciones de todos los que tengan corazón dispuesto a ofrendar» (Ex 25:1-2 NTV).
Según la narrativa bíblica del Éxodo, los israelitas permanecieron al pie del Monte Sinaí durante aproximadamente un año. Después de salir de Egipto, llegaron al desierto del Sinaí y acamparon frente al monte. Durante ese tiempo, recibieron los Diez Mandamientos y otras instrucciones divinas. En este pasaje Dios les ordena por primera vez que todo el pueblo le ofrezca ofrendas para utilizarlas en la edificación de la estructura y el mobiliario del Tabernáculo –el santuario portátil utilizado como la Tienda de Encuentro entre Dios y su pueblo–, la confección de las vestimentas primorosas de los sacerdotes y los múltiples utensilios de oro, plata y bronce necesarios para la celebración del culto a Yahweh. Recuerden que, al salir de Egipto, los israelitas despojaron a los egipcios de sus riquezas porque Dios los indemnizó. Ellos pidieron ropa y objetos de oro, plata, bronce y piedras preciosas a los egipcios, y el Señor hizo que los egipcios miraran con agrado a los israelitas y le dieron al pueblo todo lo que pidió.
Así que, el oro, la plata y las piedras preciosas de Dios estaban en los cofres de cada hogar de su pueblo. Por una parte, Dios había sido generoso con cada uno de sus hijos, les había dado la vida, su Palabra, salud, sustento diario, ropa, familia, amigos, tiendas, muebles, animales, líderes, libertad, identidad, seguridad, fuego, luz, calor, sombra, perdón y un largo etcétera. Por otra parte, los israelitas le pertenecían a Dios por creación, por provisión y por redención, es decir, todo y todos le pertenecían a Dios. Dios era Adonai de su pueblo, lo cual significaba que era Dueño, Amo y Señor de sus almas, de sus cuerpos, de su tiempo, sus dones, sus talentos, sus hijos, sus animales, etc. Entonces Dios le exige a su pueblo que le ofrende de lo que primeramente Él les ha dado, y que lo hagan con amor, con gozo y con mucha gratitud, sin que les pese ni un gramo en el alma. No había excepción para nadie, todos debían ofrendar de lo que tuviesen en sus baúles, porque es el mandamiento del Señor y no hay excusas para no hacerlo, porque nadie es lo suficientemente pobre como para no tener algo que ofrendar a su Creador.
Dios no ordenó a su pueblo ofrendarle porque tuviera alguna necesidad del ser humano o porque el cielo estuviera en alguna crisis económica, sino para enseñarles enfáticamente que dar diezmos, ofrendas y primicias son formas efectivas de adoración, gratitud, fe y obediencia. El ser humano, debido a su naturaleza caída y pecaminosa, normalmente actúa como un ingrato, incrédulo, avaro y desobediente, por lo que Dios necesitaba exhortar a su pueblo para que cultive esas virtudes como actos de devoción a su Nombre y servicio a su Reino. Por medio de las ofrendas, el pueblo de Israel reconocía a Dios como su Rey y Soberano, demostraba su compromiso con sus leyes y estatutos, y manifestaba su dependencia absoluta en sus promesas de provisión y protección. Esa actitud debía ser instruida y modelada para testimonio y ejemplo a las generaciones futuras. Con mucha razón, Albert Einstein, dijo una vez: «El valor de un hombre reside en lo que da y no en lo que es capaz de recibir». Dos milenios antes, Jesús de Nazaret, afirmó: «Más bienaventurado es dar que recibir» (Hch 20:35).
La belleza del evangelio se muestra en la generosidad y liberalidad de los creyentes. Dios es un Dios que da, bendice, alimenta y sana, por lo que un corazón tacaño es contrario a la enseñanza fundamental del evangelio. El evangelio afirma que «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna» (Jn 3:16). Una mejor o mayor muestra de amor y generosidad que esa, no existe. Cuando al misionero C. T. Studd se le preguntó porqué dejó la vida cómoda de Londres para ir a predicar el evangelio a China, luego a India y finalmente a África, respondió: «Si Jesucristo es Dios y murió por mí, entonces ningún sacrificio que yo haga por él es demasiado grande». Así que, ninguna ofrenda que demos a Dios, por más cuantiosa que sea, supera a lo que Dios hizo por nosotros primero. Quisiera terminar con un verso del poeta cristiano mexicano, Juan Romero: «Una cosa yo he aprendido de mi vida al caminar, no puedo ganarle a Dios cuando se trata de dar».
–Carlos Humberto Suárez Filtrín
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