LA ECUACIÓN BIENAVENTURADA
«Yo envío mi ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te introduzca en el lugar que yo he preparado» (Ex 23:20 RV95).
El propósito del libro de Éxodo es establecer la identidad y la relación especial entre Dios y su pueblo, así como establecer las leyes y normas que debían seguir los israelitas para vivir en armonía con Dios y entre ellos mismos. El libro de Éxodo destaca la fidelidad y el poder de Dios al cumplir sus promesas de liberar a su pueblo y guiarlos hacia la tierra prometida, donde fluye leche y miel. La estancia del pueblo de Israel en las faldas del monte Sinaí se describe en los capítulos 19 al 40 del libro de Éxodo. Durante ese período, Moisés recibió los Diez Mandamientos, se le proporcionó un conjunto de leyes sabias, justas y santas para la sana y productiva convivencia, se le dio instrucciones detalladas sobre la construcción del Tabernáculo y las regulaciones necesarias para los sacerdotes y el culto.
El Ángel de Jehová mencionado en este versículo es Jesucristo, el Mensajero de Jehová por excelencia, antes de su encarnación. El Ángel de Jehová se presenta como un personaje sabio, santo, poderoso, majestuoso, hacedor de maravillas y digno de recibir adoración. Así que Dios le encomendó a su Hijo la conducción, la provisión y la protección de su pueblo amado. Aquí se demuestra la excelente opinión que tiene el Padre acerca de la fidelidad de su Hijo, y la plena confianza que cualquier empresa que le encomiende lo hará a la perfección. El Ángel de Jehová significaba la misma presencia de Dios en medio de su pueblo, porque Yahweh y su Ángel uno son. Ahora bien, Israel debía poner atención y obedecer sus instrucciones sin rebelarse, porque era su representante oficial y tenía autoridad para castigar cualquier insurrección.
Si el pueblo de Israel obedecía a las palabras del Ángel de Jehová, Dios mismo pelearía a su favor y destruiría por completo a sus enemigos. Le daría un territorio extenso por heredad donde podrían enfocarse en servir únicamente al Señor. Dios los bendeciría con las manos llenas, pues no tendrían necesidad ni de alimento ni de agua, ni ellos ni sus animales. Dios también los protegería de todas las enfermedades y sus mujeres serían fuertes y fértiles, tendrían muchos hijos y no abortarían a ninguno. Su pueblo santo disfrutaría de una vida larga y plena. Dios sembraría el terror entre las naciones vecinas y las expulsaría de a poco de su territorio, para que vivieran seguros y alejados de su mala influencia, especialmente de su idolatría.
Como pueden ver, Dios le va a repetir vez tras vez la ecuación bienaventurada a su pueblo durante su travesía por el desierto: obediencia a su Palabra = vida + bendición + victoria. Dios le dio a su pueblo todos los recursos adecuados y necesarios para que su itinerario por el desierto fuera feliz, productivo y triunfante. Con el Ángel de Jehová por delante de ellos guiándolos, en medio de ellos acompañándolos y por detrás de ellos cuidándolos, las matemáticas divinas afirmarían que Israel no tendría variables sino puras constantes. Dios quería que su pueblo brillara entre las naciones y que diera frutos dignos y abundantes de su comunión con Él. Dios quería que sus vecinos al oírlos hablar y verlos actuar entre sí, exclamaran: –¿Quién es Yahweh? ¿Qué leyes tan sabias, justas y santas les ha dado? ¿Cómo podemos conocerlo nosotros también y tener comunión con Él? ¿Cómo podemos volvernos en amistad con Él, ser perdonados y tener paz? El recorrido de Israel por el desierto es un tipo de la vida del creyente en su paso por el mundo. La historia de Israel se escribió para nuestro ejemplo, por lo tanto, obedece a Dios y se reverente con su Hijo, para que disfrutes de todas sus maravillosas promesas en esta vida y en la venidera.
–Carlos Humberto Suárez Filtrín
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