EL FAMOSÍSIMO ABRAHAM
«Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición» (Gn 12:2 RV95).
Muchas personas a lo largo de la historia han creído haber nacido destinadas a la grandeza. El emperador francés Napoleón Bonaparte es conocido por creer firmemente en su destino como líder y conquistador excepcional. Su ambición voraz, su confianza en sí mismo, su genio estratégico y su capacidad para inspirar a sus tropas lo llevaron a obtener numerosas victorias y a construir un vasto imperio. El legado de Napoleón es inmenso, pero pensemos en los tres logros más importantes: 1) El Código Napoleónico, 2) La estabilización del gobierno francés y 3) La creación de un vasto imperio en Europa. Sin embargo, su nombre solo será conocido en esta tierra pues en el cielo nadie sabrá quién fue y qué hizo Napoleón Bonaparte.
Abram era un perfecto don nadie que vivía en la ciudad de Ur de los Caldeos. Su nombre «Abram» (Ab significa «padre» y Ram significa «exaltado») era ridículo, pues todos lo llamaban «padre exaltado» cuando era evidente que nunca tuvo hijos. Pero un día, hace unos cuatro mil años atrás, Dios lo escogió y lo llamó a ser el padre de una gran nación, a ser bendecido a más no dar, a tener un nombre famoso y a ser de bendición a todo el mundo, y Abram lo creyó y se convirtió en el amigo de Dios y Padre de todos los creyentes. Dios cambió su nombre Abram en Abraham, que significa «padre de naciones». Abraham es el patriarca de quien se desprenden las tres grandes religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islam, y entre las tres suman unos 4.3 millardos de seguidores. ¡Nada mal la faena!
En la actualidad, no hay ser humano sobre la tierra que no haya sido bendecido por Abraham. Por Abraham hemos sido bendecidos con los magníficos tres: Israel, la Ley y el Mesías. Mientras que los hombres buscan el poder, la fama y las riquezas desarrollando sus propios planes, invocando a sus propias fuerzas y confiando en los signos del Zodíaco, Abraham escuchó la voz de Yahweh y obedeció a su voluntad, y su nombre permanecerá en el salón de la fama para siempre. Todos los habitantes del cielo, los creyentes de todos los tiempos y los ángeles, arcángeles, querubines y serafines, sabrán quién fue y todo lo que hizo Abraham, el arameo errante que descendió a Egipto y vivió allí como extranjero con una familia muy pequeña, pero que allí se convirtió en una nación poderosa y numerosa.
La controvertida declaración «Somos más famosos que Jesucristo» fue hecha por John Lennon, vocalista de la icónica banda The Beatles, a Maureen Cleave para el diario británico «Evening Standard» en marzo de 1966. Hoy en día la fama de Jesucristo sigue creciendo mientras que la de Lennon sigue menguando. En el futuro no habrá memoria de Lennon ni de los Beatles, mientras que el nombre de Jesús será honrado y exaltado por siempre. Querer hacerse de un nombre famoso de espaldas a Dios es pura vanidad, pues solo conociendo y obedeciendo el propósito de Dios para nuestras vidas seremos recordados por la eternidad.
–Carlos Humberto Suárez Filtrín
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