DIOS NO SE RAJA
DIOS NO SE RAJA
«Dios bendijo a Noé y a sus hijos con estas palabras: “¡Sean fructíferos, multiplíquense y llenen la tierra!”» (Gn 9:1 NVI).
En pocas generaciones, la humanidad entera se había corrompido hasta los tuétanos, pues todo lo que la gente hacía, hablaba o imaginaba era siempre y totalmente malo. Los hombres se deleitaban en la perversidad, los hogares eran un completo desastre y los gobernantes soberbios se jactaban de sus injusticias. Todos merecían el justo castigo de Dios y el Señor les envió un diluvio que cubrió el planeta entero, las aguas subterráneas entraron en erupción y la lluvia cayó torrencialmente durante cuarenta días hasta que todo lo que respiraba y vivía sobre tierra firme murió. Pero Noé halló gracia ante los ojos del Señor. Dios no escogió a Noé porque era mejor que los demás, sino que Dios quiso mostrar su gracia sobre él, su esposa, sus tres hijos y sus tres nueras, para que por medio de estas ocho personas la raza humana se salvara.
Dios es bueno y es fiel. Él no destruyó a Adán cuando éste desobedeció sus órdenes, ni aniquiló por completo a los contemporáneos de Noé cuando cada cual se apartó por su camino, sino que fue fiel a su palabra guardando su pacto. Las mismas palabras que Dios les dijo a Adán y a Eva en el Edén, se las repitió a Noé y sus hijos después del diluvio: «“¡Sean fructíferos, multiplíquense y llenen la tierra!». El término hebreo «berit» que se traduce como «pacto» se refiere a un acuerdo, un tratado entre Dios y el hombre. Sin embargo, el pacto que Dios establece con Adán (Gn 1:28-30) y que posteriormente lo ratifica con Noé (Gn 9:1-79) fue unilateral, es decir, fue Dios jurando por sí mismo que los bendeciría, los protegería y los multiplicaría hasta poblar toda la tierra.
Los términos hebreos «pará» (fructificad, fecundad) y «rabá» (aumentad, dominad) en imperativo, significa que el plan de Dios para el hombre era llenar cada centímetro cuadrado del planeta con su descendencia, su bendición y su gobierno. Dios puso a Adán y luego a Noé como sus virreyes sobre la tierra, para señorearla y sojuzgarla. El hombre, en representación de Dios, debe llevar orden, prosperidad, justicia, progreso y paz a todos los rincones del orbe. Esa es la voluntad de Dios y para tal propósito le ha dado todos los recursos necesarios: su Espíritu, su promesa, su esposa, sus hijos, sus dones y sus talentos. Esto es un mandato divino y no una sugerencia. Con el trabajo del hombre Dios continúa con su propósito para su creación y para la humanidad.
Dietrich Bonhoeffer dijo una vez: «La fidelidad de Dios no está basada en nuestros sentimientos, sino en su Palabra» y Max Lucado complementó: «La fidelidad de Dios no depende de lo fieles que seamos nosotros». Qué maravilla, Dios es fiel y su palabra es veraz. Así que podemos confiar y descansar en sus promesas porque Él no nos dejará ni nos desamparará nunca. Él nos ama y nadie nos separará de su amor. Él nos perdona y nadie nos acusará nunca más. Él nos protege y nos defiende y nadie nos podrá derrotar. ¡El que cree en Dios no será avergonzado jamás!
–Carlos Humberto Suárez Filtrín
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