DUELO EN LAS ALTURAS
DUELO EN LAS ALTURAS
«Yo podría destruirte, pero el Dios de tu padre se me apareció anoche y me advirtió: “¡Deja en paz a Jacob!”» (Gn 31:29 NTV).
Cuando Labán, suegro de Jacob, se enteró que Jacob y sus dos esposas, sus dos concubinas y sus hijos, llevando sus animales y todas sus pertenencias, se habían marchado de Padán-aram rumbo a Canaán, los persiguió con sus hermanos y sus siervos camino de siete días hasta que le dio alcance en el monte de Galaad. Es bueno recordar que Jacob trabajó para Labán durante veinte años cuidando sus rebaños. Labán fue malo como suegro y peor como patrón. Hacía que Jacob pagara por cada animal robado, ya fuera a plena luz del día o en la oscuridad de la noche. Trató a Jacob abusivamente, más como un esclavo que como a un yerno. Le exigió catorce años de trabajos para darle a sus dos hijas como esposas y cambió su salario diez veces. Era terrible el hombre y no iba a buscar a Jacob con buenas intenciones, quería arrebatarles a sus hijas, sus nietos, su ganado y sus riquezas, y enviarlo de regreso a su tierra con las manos vacías.
Pero Dios estaba con Jacob y lo protegería en toda circunstancia. Aunque Jacob no era el mejor hijo del mundo, Dios lo amaba entrañablemente y había hecho un pacto con su abuelo Abraham y su padre Isaac, que su bondad y su misericordia lo seguirían todos los días de su vida. Es importante recordar que Dios es fiel a su pacto. En realidad, fue Dios en su sabia voluntad quien le dijo a Jacob que se regresara a Beerseba, la tierra de sus ancestros, porque conocía las malas intenciones de Labán, un hombre avaro y sin corazón. Por esa razón, cuando Labán iba en búsqueda de Jacob, se le apareció de noche para advertirle que no lo amenazara ni lo tratara bruscamente ni fuera descomedido con él, porque hubiera sido fatal para Labán y sus intereses si lo hubiera hecho. Ah, bueno, con semejante reprimenda, Labán llegó echo una seda con Jacob y su familia, y trató con mucha consideración y cortesía al siervo del Señor.
La vida de Jacob ilustra la redención y el cambio personal. Jacob fue inicialmente conocido por ser astuto y engañoso, pero su carácter fue siendo transformado por Dios a lo largo de su vida. No fue una tarea fácil ni ocurrió de un momento a otro, llevó su proceso y su tiempo. Max Lucado, el famoso autor estadounidense, dijo: «Dios nos ama profundamente tal y como somos, pero nos ama tanto que no nos deja tal y como somos, sino que nos transforma a la imagen del carácter de Cristo». El Señor trabaja diligentemente en cambiar las áreas de nuestra personalidad que son contrarias a su agrado y a sus propósitos. Él no está interesado en hacer una mejor versión de nosotros mismos, sus planes son mejores, pues Él desea convertir nuestra forma de ser, de pensar y de actuar a como Él mismo es. Dios quiere que cada día nos parezcamos más y más a Él, a que la gente lo vea a Él a través de nuestro testimonio tierno y amoroso, para que todos los hombres conozcan cómo es su corazón a través de nosotros sus hijos.
El novelista francés, Alejandro Dumas, dijo una vez: «El bien es lento porque va cuesta arriba. El mal es rápido porque va cuesta abajo». A Jacob todo en su vida fue cuesta arriba, porque Dios no estaba tan interesado en su comodidad, sino en su santidad. Y la razón fundamental por la que Dios permite que atravesemos por diversas pruebas es porque nos está forzando hacia adelante, o hacia arriba, a un nivel más alto o superior, poniéndonos en situaciones en las que tendremos que ser más valientes, o más audaces, o más generosos, o más humildes de lo que jamás hubiéramos soñado antes. A nosotros todo eso nos puede parecer innecesario, o absurdo, o cruel, pero eso es porque aún no hemos tenido ni la más remota noción de la grandeza de lo que Él quiere hacer de nosotros. En la actualidad, ningún padre llamaría a su hijo Labán, sin embargo, Dios le cambió el nombre a Jacob y lo llamó Israel, que significa «príncipe de Dios», y lo volvió inmortal.
–Carlos Humberto Suárez Filtrín
No hay comentarios
Publicar un comentario