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CUIDADO CON TOCAR A MIS HIJOS


CUIDADO CON TOCAR A MIS HIJOS

«Cuando salían, Dios mandó terror sobre los habitantes de todas las ciudades de aquella región, así que nadie atacó a la familia de Jacob» (Gn 35:5 NTV).

Jacob tenía setenta y siete años cuando dejó Beerseba para ir a la tierra de sus antepasados, donde pasó los siguientes veinte años de su vida en la casa de su suegro Labán, en la región de Padán-aram. Estas fueron las estaciones que Jacob y su familia hicieron en su regreso a Canaán: 1) Los montes de Galaad, lugar donde Labán los alcanzó. 2) Mahanaim, lugar donde los ángeles de Dios le salieron al encuentro. 3) Peniel, lugar donde Jacob luchó con el varón celestial. 4) Sucot, lugar donde Jacob hizo una casa para él y cobertizos para su ganado. 5) Siquem, ciudad cananea donde habitaban los heveos y Jacob acampó frente a ella. 6) Betel, lugar donde Jacob se estableció y edificó un altar a Dios. 7) Efrata, en pleno viaje a Efrata, Raquel dio a luz a Benjamín y murió después del parto, entonces Jacob la sepultó en Belén. 8) Hebrón, Jacob volvió a la casa de su padre en Mamré, cerca de Hebrón, donde habían vivido Abraham e Isaac.

Los heveos eran una de las siete naciones más populosas y poderosas que habitaban en Canaán. Allí el príncipe Siquem, hijo del principal Hamor, se enamoró perdidamente de Dina, la hija de Jacob y Lea, y la violó. Los hijos de Jacob, conducidos por Simeón y Leví (hermanos de Dina), en venganza por la deshonra que hicieron a la familia, mataron a todo varón que habitaba en la ciudad, la saquearon y tomaron a los niños y a las mujeres y se los llevaron cautivos. Jacob recriminó a sus hijos con estas palabras: «–¡Ustedes me han arruinado! Me han hecho despreciable ante todos los pueblos de esta tierra: los cananeos y los ferezeos. Nosotros somos tan pocos que ellos se unirán y nos aplastarán. ¡Me destruirán, y toda mi familia será aniquilada!» (Gn 34:30). Jacob creyó que había llegado su fin, pero, Dios dijo: ¡No!

Dios es fiel a sus promesas y no se raja en cumplir su pacto, aunque sus hijos no le obedezcan y cometan atrocidades como la que ocurrió en Siquem. Dios cambió el nombre a _Jacob_, que significa «engañoso» y le puso un nombre nuevo, _Israel_, que significa «El que lucha con Dios» o «Príncipe de Dios». Luego El-Shaddái («Dios Omnipotente») le ordenó que sea fructífero y que se multiplicara hasta llegar a formar una gran nación, de la cual saldrán muchas naciones y muchos reyes entre sus descendientes. Jacob poseería la tierra que Dios prometió a Abraham e Isaac, y toda su descendencia viviría en ella para siempre. Por esa razón, Dios derramó su terror sobre los habitantes de la región y todos se acobardaron y temblaban de miedo, de tal manera que Jacob y su familia se retiraron tranquilos del lugar sin que nadie les tocara ni un solo cabello de sus cabezas.

Jacob halló gracia ante los ojos del Señor y no fue escogido por sus méritos personales. Dios lo amó desde que estaba en el vientre de su madre Rebeca, mucho antes de que haya hecho algo bueno o malo. Dios no escogió a Jacob porque era mejor que los heveos, sino que de manera soberana derramó a borbotones su favor inmerecido sobre él y su familia para la alabanza de su gloria. Por lo tanto, el hijo y siervo de Dios es inmortal en este mundo y nada ni nadie lo puede eliminar, hasta que ha cumplido con los sabios y bondadosos propósitos del Señor para su vida. A todos nosotros, que hemos creído en Dios como nuestro Salvador, nos corresponde tener confianza plena en la providencia y en la protección divina en medio de los peligros y adversidades. Recuerden que somos propiedad privada, Dios nos ha redimido para hacernos sus hijos amados, y nadie nos puede tocar ni un solo cabello sin el permiso expreso del Señor, y si Él lo permite siempre tendrá un propósito de bien para nosotros y nunca de mal.

–Carlos Humberto Suárez Filtrín

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