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BANQUETE EN EL DESIERTO

BANQUETE EN EL DESIERTO

«Cuando el rocío se evaporó, la superficie del desierto quedó cubierta por copos de una sustancia hojaldrada y fina como escarcha. Los israelitas quedaron perplejos al ver eso y se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto?”, porque no tenían idea de lo que era» (Ex 16:14-15 NTV).

El día quince de Iyar (el segundo mes según el ordenamiento de los meses en la Biblia, que comienza por el mes de Nisán), justo un mes después de salir de la tierra de Egipto, Israel se quejó de Moisés y Aarón por la falta de comida. Recordaron su vida en Egipto donde se sentaban junto a las ollas llenas de carne y podían comer el pan que se les antojara. Pero, ¿por qué Dios no los alimenta adecuadamente? Porque Dios quiere probar su corazón. El desierto no fue planificado para que Israel pasara unas placenteras y merecidas vacaciones, sino un lugar donde Dios probaría la obediencia y la fidelidad de su pueblo. Dios quería saber quién estaba sentado en el trono de sus corazones y en qué o en quién estaban puestas sus esperanzas. Además, Dios quería saber cuál era el orden de sus prioridades, que o quién estaba en el primer lugar. Dios quería ser el primero, el mejor y el centro en la vida de su pueblo, quería que amaran, obedecieran, confiaran, adoraran y lo sirvieran solo a él.

Al día siguiente, Dios les envió carne y pan con lo cual pudieron saciar su hambre. Pero ellos se habían aplazado en esta prueba, porque era evidente que su presencia los acompañaba 24/7, de día en una nube que los cubría del sol y de noche en una columna de fuego que los alumbraba. Quejarse por la falta de comida era una señal de ingratitud y una muestra clara de insensatez, porque Dios tenía el control absoluto de la situación y sabía perfectamente lo que estaba haciendo con ellos. Con sus quejas, los israelitas acusaron indirectamente a Dios de falta de compasión y de sabiduría. Porque si Dios hizo el cuerpo humano, entonces sabe que es necesario alimentarlo. Y si Dios alimenta a las avecillas que surcan los cielos, entonces alimentará a su pueblo amado que vale más.

El maná fue un alimento sobrenatural desconocido hasta ese momento, el pan del cielo que Dios proveyó a los israelitas. El maná era una sustancia parecida a la escarcha que aparecía en la superficie del suelo al amanecer, una especie de hojaldra con un sabor único. Los israelitas recolectaban el maná cada mañana y lo utilizaban como alimento adecuado y suficiente para sustentarse. El maná aparecía cada día, excepto en el día sábado, cuando el pueblo no lo recogía. El maná era perecedero, y cualquier excedente que se almacenara para el día siguiente se estropeaba. Solo se permitía recoger lo necesario para ese día. El maná no aparecía a la par de las tiendas fomentando la haraganería, sino que tenían que realizar un esfuerzo y salir a recogerlo. Por medio del maná, Dios probaba la obediencia de los israelitas y les enseñaba a depender de él y a confiar en su provisión diaria.

El famoso predicador inglés, Charles Spurgeon, dijo una vez: «Dios es demasiado bueno como para ser cruel y es demasiado sabio como para equivocarse. Cuando no podemos ver su mano, debemos confiar en su corazón». Israel es un tipo del creyente en su paso por el mundo. Dios está más interesado en nuestra santidad que en nuestra comodidad. Las pruebas serán una constante en la vida del creyente. Ahora mismo, estamos saliendo de una prueba, en medio de una prueba o por entrar a una prueba. La vida misma es una prueba. Así que las diversas pruebas no deben sorprendernos ni amedrentarnos, puesto que todas ellas nos ocurren con el permiso de Dios y traen un propósito de bien para nuestro crecimiento espiritual. Cuando nos falte el maná diario, recordemos las palabras de Jesús: «Está escrito: no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4:3-4).

–Carlos Humberto Suárez Filtrín

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