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ESTÚPIDOS Y NECIOS



«Los que rinden culto a ídolos son estúpidos y necios. ¡Las cosas a las que rinden culto están hechas de madera!» (Jer 10:8 NTV).
De toda la multitud de pecados que se cometían en Israel, la idolatría era el peor. El pueblo de Dios tenía un amor y una admiración excesiva por los ídolos. Su fascinación por las imágenes de talla era tal que no les importaba comportarse como necios, como les ocurrió en Sinaí cuando le pidieron al Sumo Sacerdote Aarón que les labrara un «becerro de oro» para adorarlo. No hacía ni tres meses que habían visto el poder de Dios manifestarse en las diez plagas y en abrir las aguas del mar Rojo, pero ellos le dijeron al tótem: «Tú eres nuestro dios, porque tú nos sacaste de Egipto».
El reconocido reformador alemán, Martín Lutero, dijo: «La superstición, la idolatría y la hipocresía cuentan con grandes salarios, la verdad es mendiga». Israel, menospreciando la verdad de Dios, se comportaba tontamente como las naciones paganas, intentando encontrar el sentido a la vida y leer el futuro en las estrellas. Abusando de la ingenuidad, cortaban un árbol y el artesano les cincelaba un ídolo, lo decoraban con oro y plata y luego lo aseguraban con martillo y clavos para que no se caiga.
Dios no podía creer semejante estupidez y con el corazón lleno de celos les dijo: «¡Sus dioses son como inútiles espantapájaros en un campo de pepinos! No pueden hablar y necesitan que los lleven en los brazos porque no pueden caminar. No tengan temor de semejantes dioses, porque no pueden hacerles ningún daño, tampoco ningún bien» (Jer 10:5 NTV). Al Señor le dolía ver a su pueblo darle la espalda y correr a los brazos de los dioses.
Hegel, el filósofo idealista alemán, comentó: «La religión [israelita] era, según las descripciones de los profetas, una idolatría grosera y sensual». Cierto. El profeta Jeremías exhortaba duramente al pueblo, para que no actuaran como ignorantes y se dieran cuenta que los ídolos eran inútiles y fraudulentos, porque no tenían aliento ni poder, unas ‘mentiras ridículas’ que serían destruidos en el día del juicio. ¡Pero el Dios de Israel no es ningún ídolo! Él es el Creador de todo lo que existe, incluido Israel, su posesión más preciada. ¡El Señor de los Ejércitos Celestiales es su nombre!
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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