DIOS NO PUEDE SER BURLADO
«Jerusalén, antes colmada de gente, ahora está desierta. La que en su día fue grande entre las naciones ahora queda sola como una viuda. La que antes era la reina de toda la tierra ahora es una esclava» (Lm 1:1 NTV).
¿Te has preguntado alguna vez por qué un libro de la Biblia se llama «Lamentaciones», pues no parece un nombre adecuado para el Libro de las «buenas noticias»? ¿Por qué un profeta del Dios de la vida y la felicidad pudo escribir un poema tan cargado con sentimientos de desilusión y melancolía? ¿Qué pasó con la gloria del reino de Judá y la ciudad de Jerusalén? ¿Por qué la nación entera está adolorida, avergonzada, destruida y solitaria?
La ciudad de Jerusalén, la perla más valiosa de todo Israel, ha perdido su hermosura y su propósito, sus muros están en ruinas y sus calles desiertas, el templo ha sido destruido y sus sacerdotes han huido despavoridos, los reyes davídicos están en la cautividad y la nobleza ha lastimado profundamente sus sentimientos filiales. Judá y Jerusalén han pecado gravemente contra Dios y por eso han sido desechadas como un trapo sucio.
El libro de «Lamentaciones» está en la Biblia como una advertencia contra todos aquellos que desobedecen los mandamientos del Señor y piensan que van a permanecer impunes. El profeta Jeremías se sintió profundamente conmovido por el juicio de Dios por el pecado de su pueblo y sus lamentaciones expresan precisamente eso: el dolor al ver la ciudad santa y el reino devastado por sus enemigos. Dios no se complace en herir a la gente o en causarles dolor, por eso envió a su Hijo Cristo a morir por nuestros pecados, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín
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