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LA DICHA DE SER SABIO


«¡Escuchen cuando la Sabiduría llama! ¡Oigan cuando el entendimiento alza su voz!» (Pr 8:1 NTV).

El capítulo 8 del libro de Proverbios es valioso y famoso, porque el autor describe en él las virtudes de la sabiduría personalizándola como si ésta fuera un padre, un maestro o un juez. La sabiduría tiene absoluta autoridad para pararse en cualquier lugar de prominencia, sean estos mercados, juzgados o parlamentos, para arengarles a todos que usen el buen juicio en sus decisiones y muestren sano criterio en sus emprendimientos.
La triste realidad es que para muchas personas la fuerza que los levanta temprano por las mañanas es Mammon, el ‘dios de la avaricia’. La sabiduría quiere que la elijan a ella más que a la plata y al oro puro, porque es más valiosa que los rubíes, y ningún lujo que uno pueda ambicionar se compara con su valor.
La sabiduría exhorta a todos los hombres a odiar la maldad, el orgullo, la corrupción y el lenguaje perverso. La fuerza, la inteligencia, el sentido común y el éxito, cuatro virtudes que todos anhelamos, le pertenecen a la sabiduría. Es la sabiduría la que permite que reinen los reyes, que dicten decretos justos los gobernantes y que emitan juicios justos los jueces. La sabiduría no es una prerrogativa de una élite, sino que está al alcance de todos y todos pueden acceder a ella y disfrutar de sus bondades.
Finalmente, la sabiduría es eterna, existió antes que Dios hiciera los cielos y la tierra, es innata a la mente de Dios. Con la sabiduría presente Dios estableció los cielos y los océanos, colocó las nubes arriba y los manantiales abajo, puso límite a los mares y demarcó los cimientos de la tierra, en ella Dios se deleitaba y se alegraba su corazón. Por lo tanto, dichoso el que la encuentra, pues hallará el verdadero sentido a la vida y disfrutará del favor de Dios por la eternidad.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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