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LA FE NO ES CIEGA



"Tomó, pues, Abram a Sarai, su mujer, y a Lot, hijo de su hermano, y todos los bienes que habían ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a tierra de Canaán. Llegaron a Canaán" (Génesis 12:5 RV95).

Taré, padre de Abraham, había muerto en Harán y había llegado el momento de avanzar por fe con la visión de Dios. Eso no era nada fácil, pues Abraham y Sara eran ancianos, no tenían descendencia, ya habían prosperado en Harán, desconocían los detalles del viaje y no tenían idea donde se situaba Canaán.

Desde que salieron de Ur, permanecieron unos quince años en Harán. Abraham y Sara ya habían hecho una nueva vida allá: tenían amigos, siervos, ganado y una vida cómoda. Es probable que Sara se sintiera triste y manifestara cierta renuencia ante la incertidumbre de una nueva jornada. En cambio Abraham no vacilaba en nada. No se le veía manifestar sombra de duda o incredulidad. Estaba plenamente convencido que Dios era poderoso para cumplir todo lo que había prometido.

¡Qué fe tan genuina! Abraham emprendió este nuevo viaje confiando en el amor y la sabiduría del Altísimo. Su fe no era ciega, era razonable, se fundamentaba en la promesa de aquel que nunca miente, y con una actitud voluntaria y decidida se aferró a Dios y a sus promesas, absolutamente seguro de que lo mejor de esta tierra no se compara ni siquiera con las más pequeñas cosas del cielo.

—Carlos H. Suárez  F.

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