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COMO EN TIERRA AJENA



"Abraham confió tanto en Dios que vivió como un extranjero en el país que Dios le había prometido. Vivió en tiendas de campaña, igual que Isaac y Jacob, a quienes Dios también les había prometido ese país" (Hebreos 11:9 TLA).

Abraham salió de Harán cuando tenía 75 años y murió en Canaán cuando tenía 175 años. Es decir, todo un siglo se la pasó mudándose con su familia de un sitio a otro, habitando en tiendas sencillas hechas de pelo de camello, sin centrar su afecto en las cosas transitorias de la tierra, "porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos cuyo arquitecto y constructor es Dios" (Hebreos 11:10).

Eso sí, dondequiera que Abraham plantó su tienda, allí también levantó un altar a Dios, los cuales permanecieron por mucho tiempo para testimonio de su devoción personal y familiar a Dios. El altar significaba holocausto, es decir, la negación de sí mismo y la rendición total a Dios de todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo. Así que Abraham no fue un guerrero ni un constructor, fue ante todo un verdadero adorador en espiritu y en verdad, de aquellos que, precisamente, anda buscando nuestro Padre celestial.

Dios le dijo a Abraham: "A tu descendencia daré esta tierra" (Génesis 12:7). Entonces Abraham comenzó a obedecer a la visión de Dios y a vivir de acuerdo con las demandas que Dios hace en su Palabra. La promesa de Dios resplandeció en el firmamento y alumbró el camino del creyente Abraham, haciendo que avanzara con pasos firmes y llenos de sentido hacia la victoria.

La vida de Abraham nos enseña que la obediencia es la clave para tener una vida bendecida y victoriosa, que no se pueden obtener resultados extraordinarios con esfuerzos mediocres y que sin fe es imposible agradar a Dios y hacer su voluntad.

—Carlos H. Suárez  F.

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