ACAZ VERSUS ANA
"[Acaz] siguió los pasos de los reyes de Israel, pues hasta hizo quemar a su hijo en sacrificio, conforme a las prácticas infames de las naciones que el Señor había arrojado de la presencia de los israelitas" (2 Reyes 16:3 DHH).
Cuando Israel estaba listo para entrar a Canaán, Dios fue muy enfático en ordenar a su pueblo que no ofrecieran en sacrificio a sus hijos en el fuego sagrado, como una forma de adoración a Moloc, el dios abominable de los cananeos (Levítico 18:21). Cuando el rey Acaz ofreció a su hijo a Moloc cometió un terrible pecado, porque guió a una gran parte del pueblo a seguir ese culto abominable y a contaminar el nombre sagrado de Dios.
Moloc era considerado como un fuego purificante. Es representado como una figura humana con cabeza de carnero o de becerro, sentado en un trono con una corona o un báculo, símbolos de la realeza. Sus sacrificios preferidos eran los bebés, por ser los seres más valiosos y puros.
La estatua de bronce de Moloc estaba hueca, tenía la boca abierta y los brazos extendidos, con las manos juntas y las palmas hacia arriba, dispuesto a recibir el holocausto. En ocasiones, los brazos estaban articulados, de manera que los niños que servían de sacrificio se depositaban en las manos de la estatua, que por medio de unas cadenas se levantaban hasta la boca, introduciendo a la víctima dentro del vientre incandescente del dios.
Ahora bien, en estos tiempos modernos y posmodernos, todavía existen dioses como la antigua divinidad cananea, que reclaman a tus hijos en su altar sagrado, y muchos, por ambición o por ignorancia, no dudan en ofrecerlos en sacrificio. Descarta el ejemplo de Acaz y emula el ejemplo de Ana, que cuando Dios le dio un hijo, ella dijo: "Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová. Y adoró allí a Jehová" (1 Samuel 1:28).
—Carlos H. Suárez F.
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