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SADDAM HUSSEIN

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"Nosotros merecemos morir por nuestros crímenes, pero este hombre no ha hecho nada malo" (Lucas 23:41 NTV).

Estas palabras fueron dichas por uno de los dos malhechores que fueron crucificados con Jesús de Nazaret. Éste, al igual que su compañero, había estado injuriando a Jesús, pero en los minutos finales de su vida se arrepintió de corazón y reconoció a Jesús como rey, diciendo: "Jesús, no te olvides de mí cuando comiences a reinar" (Lucas 23:42 TLA). Entonces Jesús inmediatamente le afirmó que ese mismo día se verían en su gloria eterna.

El dictador, Saddam Hussein, estuvo en el poder de Irak desde 1973 hasta 2003, pero el 30 de diciembre de 2006 fue condenado a la horca por la justicia de su país por crímenes contra la humanidad (fue acusado de asesinar a 168 chiitas en Dujail en 1982). Muafak al Rubaie, consejero de Seguridad Nacional de Irak, fue quien acompañó a Saddam en sus últimos momento. Mientras lo llevaba a la sala del juez, Saddam, refunfuñaba: "¡Muerte a Estados Unidos! ¡Muerte a Israel!".

Muafak al Rubaie recordó al dictador como una persona que nunca mostró arrepentimiento alguno: "¿Era un criminal? Lo era. ¿Un asesino? Cierto. ¿Un carnicero? Cierto. Pero fue fuerte hasta el final. No escuché un ápice de arrepentimiento de su parte, no le escuché implorar misericordia a Dios, o pedir perdón", indicó.

Sorprendente la dureza, como el mármol, del corazón de Saddam Hussein. Sin embargo, cometió un grave error que le pudo haber costado la condenación eterna, pues Jesús dijo: "Y ustedes también perecerán a menos que se arrepientan de sus pecados y se vuelvan a Dios" (Lucas 13:3). Dios no rechaza a nadie que muestre un corazón contrito y humillado, como Jesús no rechazó al malhechor arrepentido en el Calvario. Así que, si tú te arrepientes de tus pecados, sin importar lo horrendos y lo numerosos que hayan sido, Dios te perdonará en el acto, serás llamado su hijo y te dará el maravilloso regalo de la vida eterna (Juan 3:16).

-Carlos H. Suárez

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