¡TODO OJO LO VERÁ!
👀 ¡TODO OJO LO VERÁ!
«Mientras continuó mi visión esa noche, vi a alguien parecido a un hijo de hombre descender con las nubes del cielo. Se acercó al Anciano y lo llevaron ante su presencia. Se le dio autoridad, honra y soberanía sobre todas las naciones del mundo, para que lo obedecieran los de toda raza, nación y lengua. Su gobierno es eterno, no tendrá fin. Su reino jamás será destruido» (Daniel 7:13-14 NTV).
En el capítulo 7 del libro de Daniel, el profeta recibe una visión majestuosa y aterradora a la vez, una revelación que guarda un profundo paralelismo con el sueño de Nabucodonosor narrado en el capítulo 2. Ambos mensajes muestran un mismo panorama: los imperios de la humanidad, desde la grandeza pasajera de Babilonia hasta la soberbia del Anticristo, el último gran gobernante mundial, están destinados a derrumbarse de manera repentina y definitiva. La gloria humana es efímera, pero el reino de Dios es eterno.
Daniel contempla al “Hijo del Hombre” descendiendo del cielo, montado en las nubes, para liberar a Su pueblo Israel de la opresión de la espantosa y terrible Bestia. Este no será un simple cambio de gobierno, sino la instauración de un reino inquebrantable, cimentado en justicia, paz, santidad y prosperidad verdaderas. Ese reino no será fruto del esfuerzo humano, sino de la intervención soberana de Dios, quien pondrá fin a la maldad y hará brillar Su gloria sobre toda la tierra.
El Nuevo Testamento confirma esta esperanza. Jesús mismo anunció que Su segunda venida sería como el relámpago que cruza el cielo de oriente a occidente: repentina, visible y universal. Nadie podrá ignorar ese momento; todo ojo le verá. Para unos, será un día glorioso, lleno de júbilo y esperanza cumplida; para otros, será un día aterrador, marcado por el lamento, la desesperación y la certeza de haber rechazado al Salvador. Todas las tribus de la tierra llorarán al darse cuenta de que su incredulidad y desobediencia al evangelio los conducen a una condenación inevitable.
Ese día será el gran juicio de Dios. No habrá lugar para excusas ni para neutralidad. Bienaventurados serán aquellos que, habiendo confiado en Cristo, hayan lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Para ellos, el retorno del Señor no será motivo de miedo, sino de celebración.
Aunque nadie conoce el día ni la hora de este acontecimiento, su certeza es incuestionable. Lo anunció el profeta Daniel siglos antes, lo afirmó nuestro Señor Jesucristo en Sus enseñanzas y lo confirmaron los apóstoles con firme convicción. El mensaje es claro: hay que estar preparados.
Si deseas ser parte de ese reino eterno, la Escritura enseña que debes confesar con tu boca que Jesús es el Señor y creer con todo tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos. La promesa divina es inquebrantable: “El que en Él creyere, no será avergonzado”.
Un antiguo himno evangélico resume con gozo esta esperanza: «Viene otra vez, viene otra vez; día glorioso será para mí, al mundo viene otra vez». Amén. ¡Que así sea!
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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