EL REY QUE COMIÓ PASTO
👑 EL REY QUE COMIÓ PASTO
«Ahora, yo, Nabucodonosor, alabo, glorifico y doy honra al Rey del cielo. Todos sus actos son justos y verdaderos, y es capaz de humillar al soberbio» (Daniel 4:37 NTV).
Nabucodonosor, el hombre más soberbio de su época, el rey más orgulloso de la historia y quizá el reflejo más fiel del carácter de Satanás en la tierra, ¿está realmente alabando, glorificando y honrando a Yahweh en el pasaje bíblico que leemos? La pregunta nos desconcierta: ¿cómo es posible que un monarca tan arrogante llegara a reconocer al Dios del cielo? ¿Qué proceso lo llevó del trono al pastizal, es decir, de la altivez al quebranto, y del quebranto a la exaltación de Dios? En estas interrogantes meditaremos hoy.
Nabucodonosor vivía rodeado de lujos, poder y esplendor. Su palacio era símbolo de majestad, y su corazón se inflaba de orgullo al contemplar sus logros. Sin embargo, un día tuvo un sueño aterrador que turbó su espíritu. Ninguno de los sabios, astrólogos ni magos de su reino pudo darle la interpretación. Fue entonces cuando recurrió al profeta Daniel, un joven hebreo lleno del Espíritu de Dios, quien le reveló que aquel sueño era una advertencia divina.
El rey recibió un ultimátum: debía apartarse de su pecado, practicar la justicia y mostrar compasión hacia los pobres, o de lo contrario sería despojado de su trono y reducido a la condición más humillante. Pero Nabucodonosor no escuchó. Doce meses después, mientras caminaba orgulloso por los pasillos de su palacio y decía: «¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué con mi poder y para gloria de mi majestad?», una voz del cielo tronó para quebrantarlo.
Ese mismo instante fue expulsado de la sociedad humana. Vivió entre los animales salvajes, comió pasto como el ganado y el rocío de la madrugada empapaba su cuerpo. Su aspecto llegó a ser espantoso: su cabello creció como las plumas de un águila y sus uñas como las garras de un ave. Así permaneció siete años, hasta que levantó sus ojos al cielo y reconoció esta verdad suprema: el Altísimo gobierna los reinos de los hombres y los entrega a quien Él quiere.
Cuando finalmente se humilló, Dios lo restauró. Nabucodonosor recuperó la razón, la honra, el esplendor y el trono, y su majestad fue mayor que antes. La misericordia divina no solo lo disciplinó, sino que también lo condujo al reconocimiento de que el cielo gobierna sobre toda la tierra.
Ahora bien, la pregunta sigue en pie: ¿veremos al “hermano Nabucodonosor” en el cielo? La Biblia no nos da una respuesta definitiva. No sabemos si su confesión fue fruto de una fe genuina para salvación o si se trató únicamente de un reconocimiento momentáneo del poder de Dios. Lo que sí sabemos con certeza es que Dios es grande, paciente y misericordioso con todo aquel que se acerca a Él con un corazón contrito y humillado. La Escritura declara: «El Señor resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes» (Santiago 4:6).
Este relato nos deja una enseñanza ineludible: la soberbia siempre precede a la caída, pero la humildad abre la puerta a la gracia. Si Nabucodonosor, el rey más orgulloso de su tiempo, fue quebrantado hasta reconocer al Altísimo, ¿qué nos impide a nosotros doblar nuestras rodillas hoy? Arrepiéntete de tus pecados, reconoce a Jesús como tu Señor y Rey, y recibirás la salvación que Él ofrece a todo aquel que cree.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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