¡SE BUSCA INTERCESOR! ORAR O LAMENTAR
😇 ¡SE BUSCA INTERCESOR! ORAR O LAMENTAR
«Yo he buscado entre esa gente a alguien que haga algo en favor del país y que interceda ante mí para que yo no los destruya, pero no lo he encontrado» (Ezequiel 22:30 DHH).
Los pecados de Jerusalén eran innumerables y horrendos. En cuanto a maldad, Jerusalén rompió todos los récords. Lo que debía ser la «ciudad de paz» se había convertido en un centro de corrupción moral, idolatría y degradación espiritual. Durante siglos, Dios, con paciencia admirable, había enviado a sus siervos los profetas para animar a los habitantes a arrepentirse de sus malos caminos, advirtiéndoles con claridad que, si persistían en su rebelión, Él los enviaría al exilio. Sin embargo, su pueblo cerró los oídos, endureció el corazón y se deleitó en lo prohibido. No quisieron abandonar sus ídolos ni dejar sus prácticas perversas; prefirieron una religión de apariencias antes que una relación verdadera con el Dios vivo.
Lo más trágico de esta situación no fue únicamente el pecado en sí mismo, sino la ausencia total de intercesores. Nadie se levantó a llorar, clamar y orar por la ciudad. No hubo quien, con compasión y valentía, se pusiera «en la brecha» para interceder por los pecados de las familias, los líderes y toda la nación. Dios esperó, una y otra vez, a que surgiera un corazón sensible que rogara por misericordia. Pero lo único que encontró fue silencio, indiferencia y apatía espiritual. Jerusalén se perdió no solo por su pecado, sino también por la falta de intercesión.
El filósofo y teólogo Peter Kreeft lo expresó con acierto: «Tengo una fuerte sospecha de que, si viéramos toda la diferencia que genera incluso nuestra oración más pequeña, cuántas personas están destinadas a ser afectadas por esas pequeñas oraciones, y todas las consecuencias de esas oraciones a lo largo de los siglos, quedaríamos tan paralizados de asombro ante el poder de la oración que no seríamos capaces de levantarnos de nuestras rodillas por el resto de nuestras vidas».
Dios no deseaba destruir a Jerusalén; su anhelo era salvarla. Pero esperaba que alguien se pusiera en la brecha, que intercediera con fe y clamor genuino. Lo mismo sucede hoy: ¿cuántos juicios podrían evitarse en nuestras familias, en nuestras ciudades y en nuestras naciones si hubiera más personas dispuestas a doblar las rodillas? La historia demuestra que los grandes avivamientos, las reformas espirituales y los cambios sociales profundos siempre han comenzado con un puñado de creyentes que oraron con perseverancia.
El versículo en el que meditamos hoy nos recuerda una verdad poderosa: vivir de rodillas es la única forma de mantenerse en pie. La oración no es un adorno opcional en la vida cristiana, sino un muro de contención contra la destrucción. Una sola voz clamando a Dios puede marcar la diferencia entre ruina y restauración, entre juicio y misericordia, entre muerte y vida.
Quizá nuestra época esté necesitando lo mismo que Jerusalén en aquellos días: un hombre, una mujer, un joven, un anciano… alguien dispuesto a interceder. Tal vez Dios está esperando que seas tú quien se ponga en la brecha por tu familia, por tu iglesia, por tu barrio y por tu nación. ¡Que nunca se repita la triste historia de Jerusalén donde el pecado abundó y la oración brilló por su ausencia!
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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