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LA PROMESA QUE AÚN ESPERA POR CUMPLIRSE

📖 LA PROMESA QUE AÚN ESPERA POR CUMPLIRSE

«Pues algún día, dice el Señor Soberano, los israelitas me adorarán en mi monte santo, el gran monte de Israel, y yo los aceptaré. Allí les exigiré que me presenten todas sus ofrendas y los mejores regalos y sacrificios» (Ezequiel 20:40 NTV).

Esta impactante profecía fue revelada por Dios al profeta Ezequiel cinco años antes de la caída de Jerusalén, en el año 586 a.C., cuando la ciudad, el templo y las murallas fueron destruidos por los babilonios. Es asombroso pensar que, en medio de la inminente tragedia, Dios le mostrara al profeta una visión cargada de esperanza y de restauración. Esto nos recuerda que la disciplina divina nunca es el fin, sino un medio para conducir a su pueblo de regreso a Él.

La naturaleza de Dios es imposible de contener: Él es bondad infinita, justicia perfecta y amor eterno. Su deleite consiste en bendecir y perdonar a su amado pueblo. El célebre predicador Charles Spurgeon lo expresó con palabras inolvidables: «Mi Señor está más dispuesto a perdonar que usted a pecar, más dispuesto a indultar que usted a delinquir». ¡Qué retrato tan profundo de la gracia divina!

Ahora bien, ¿a qué monte se refiere el Señor en esta profecía? El texto apunta al Monte Sión, ubicado al sureste de Jerusalén. Fue allí donde el rey David estableció su ciudad y, más tarde, donde su hijo Salomón edificó el majestuoso templo. Este lugar no solo es geográficamente importante, sino también espiritualmente decisivo, pues se convirtió en símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Hoy, siglos después, Sión continúa siendo uno de los espacios más disputados y sensibles del planeta.

Para los musulmanes, es el «Noble Santuario», el tercer lugar más sagrado del islam, hogar de la Mezquita de Al-Aqsa, la Cúpula de la Roca y la Cúpula de la Cadena. Para los judíos, es el sitio más santo, pues allí, en el monte Moriá, Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac en obediencia al Altísimo. Esta mezcla de historia, fe y conflicto convierte al Monte Sión en el epicentro de tensiones religiosas y políticas que aún arden en nuestros días.

Pero surge la gran incógnita: ¿cómo cumplirá Dios esta profecía, sabiendo que en la explanada del monte se levantan edificios que son profundamente venerados por millones de personas en el mundo musulmán? El misterio permanece. Lo que sí sabemos con certeza es que Dios no hará de ninguno de esos templos humanos su morada definitiva. Él habitará donde Él mismo lo disponga, y su palabra se cumplirá en el tiempo perfecto, aunque hoy no podamos comprender los detalles.

¿Y cuándo sucederá todo esto? Solo Dios lo sabe. Entretanto, somos testigos de cómo, desde los rincones más remotos de la tierra, judíos continúan regresando a Israel en cumplimiento de la profecía del regreso del pueblo disperso. Sin embargo, y esto duele reconocerlo, la nación en su mayoría permanece de espaldas al Dios verdadero, a pesar de sus privilegios espirituales y su historia única.

La pregunta inevitable es: ¿veremos nosotros el cumplimiento de esta promesa? La respuesta depende de una verdad aún más profunda: solo quienes han sido lavados por la sangre del Cordero, Jesucristo, participarán en la plenitud de los planes divinos. La clave no está en la geopolítica ni en los acontecimientos religiosos, sino en nuestra relación personal con el Mesías prometido.

Este misterio del Monte Sión no es solo una cuestión de historia o de arqueología, sino un recordatorio vivo de que Dios cumple lo que promete, aunque parezca imposible. Y cuando Él decida manifestar su gloria en aquel monte, el mundo entero sabrá que su fidelidad nunca falla.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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