PROFETAS SIN APLAUSOS, PERO CON RECOMPENSAS
🌟 PROFETAS SIN APLAUSOS, PERO CON RECOMPENSAS
«El profeta, junto con Dios, es el centinela de Efraín, pero enfrenta trampas en todos sus caminos, y hostilidad en la casa de su Dios» (Oseas 9:8 NVI).
Aunque la profecía es uno de los dones más preciosos y necesarios tanto en la vida personal como en la historia de las naciones, la dignidad de la vocación profética no suele ser reconocida por los hombres. Ser profeta no es un camino de glorias terrenales, sino de pruebas. Quien habla en nombre de Dios debe estar preparado para soportar humillaciones, intrigas, hostilidades y hasta manifestaciones abiertas de odio.
La Biblia nos muestra que Oseas fue un buen hombre, un regalo de Dios para Israel. Como centinela fiel, predicaba palabras de exhortación, advertencia, sabiduría y esperanza. Sin embargo, en lugar de agradecerle, sus contemporáneos le pusieron tropiezos en cada paso; e incluso «hasta en la misma casa de Dios» quisieron silenciar su voz (cf. Oseas 9:8). Así ocurre muchas veces: el mensajero de la verdad incomoda, porque revela el pecado y confronta las falsas seguridades.
El verdadero siervo de Dios ha sido llamado para una misión de fidelidad, no para obtener reconocimiento humano. No debe esperar honra de la multitud ni recompensa de este mundo, porque todo eso es vanidad pasajera. Su mirada debe estar puesta en lo eterno: este mundo no es su hogar. El profeta del Señor será recompensado y honrado en el futuro, en el Tribunal de Cristo, donde «cada uno recibirá según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo» (2 Corintios 5:10). Ese día no será de condenación para los hijos de Dios, sino de evaluación. Para algunos será motivo de gozo indescriptible al escuchar: «Bien, buen siervo y fiel» (Mateo 25:21), pero para otros será un día de tristeza y lamento al ver cuánto dejaron de hacer por negligencia, miedo o comodidad.
La noticia prominente para hoy es clara y alentadora: ¡Dios te ama! Y en su amor desea que seas fiel al pacto que hiciste con Él. No te distraigas con el brillo engañoso de las cosas pasajeras de este mundo, que prometen mucho y dejan vacío el corazón. Más bien, involúcrate con diligencia en cumplir la Gran Comisión, anunciando con valentía el evangelio de salvación por todos los medios posibles: con tus palabras, tu testimonio, tus recursos y tus talentos. Recuerda siempre que «el mundo y sus deseos pasan, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Juan 2:17).
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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