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AMOR QUE NO SE RINDE

🔥 AMOR QUE NO SE RINDE

«El Señor comenzó así el mensaje que quería comunicar por medio de Oseas: "La tierra de Israel se ha prostituido apartándose de mí. De la misma manera, ve tú y toma por mujer a una prostituta, y ten hijos con ella; así ellos serán hijos de una prostituta"» (Oseas 1:2 DHH).

Oseas es uno de los doce profetas menores del Antiguo Testamento. Su ministerio se desarrolló en el reino del norte de Israel, en pleno siglo VIII a.C., en tiempos de decadencia espiritual, política y moral. A este siervo de Dios le tocó una misión tan difícil como única: el Señor le ordenó casarse con una mujer de vida promiscua llamada Gómer. De esa unión nacieron tres hijos cuyos nombres, puestos por mandato divino, tenían un profundo significado profético y simbólico: Jezreel, que significa «Dios siembra», recordaba la inminente dispersión del pueblo; Lo-ruhama, «no amada», representaba el retiro de la misericordia divina; y Lo-ammi, «no es mi pueblo», simbolizaba el rompimiento del pacto debido a la infidelidad de Israel.

Pero cabe preguntarse: ¿qué clase de prueba era esta? ¿Qué hombre en su sano juicio aceptaría casarse con una mujer infiel y, además, dar a sus hijos nombres tan impactantes? Sin embargo, Dios no solo tenía el derecho de ordenar algo así, sino que lo hizo con un propósito mayor: convertir la vida del profeta en una parábola viviente que ilustrara la traición de Israel y, al mismo tiempo, el amor incomparable de Yahweh, un amor que disciplina, pero que nunca deja de buscar la restauración.

El libro de Oseas, atribuido al mismo profeta, denuncia con firmeza la idolatría y la rebeldía del pueblo. Pero lo que más resalta en sus páginas es la revelación del amor inagotable de Dios, comparable al de un esposo que vuelve a recibir a su esposa adúltera o al de un padre que sigue abrazando al hijo que se apartó del hogar. Oseas, con su propia experiencia, nos recuerda que el amor divino no es un sentimiento pasajero, sino una decisión eterna de gracia y fidelidad.

Ahora bien, Dios, como Creador, Sustentador y Redentor de todos los seres humanos, tiene plena autoridad para llamar a quien quiera y de la manera que Él desee. Su plan puede involucrar la vida, la familia, los bienes o incluso la reputación de sus siervos. Al mismo tiempo, el hombre llamado a proclamar su Palabra debe decidir: aceptar con obediencia y valentía o rechazar con dureza de corazón.

Nuestro Señor Jesucristo lo expresó con claridad: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame». Los apóstoles comprendieron este llamado y lo vivieron hasta las últimas consecuencias. Como Oseas, ellos padecieron humillaciones, privaciones y persecuciones; sin embargo, se mantuvieron firmes, confiados en la nobleza de su vocación y en la recompensa eterna que les esperaba. Descubrieron que, aunque la cruz pesa, el yugo del Señor es fácil y ligera su carga, porque quien camina con Dios nunca está solo.

La noticia prominente de hoy es esta: ¡Dios te ama con un amor que no se agota! Sus planes para tu vida son buenos, perfectos y agradables. Él desea adoptarte como hijo suyo y formarte como siervo útil en sus manos. No temas obedecerle, aunque su voluntad te parezca dura o incomprensible. Sus mandamientos son santos y sus propósitos son perfectos. Quien confía en Él y cumple fielmente su voluntad producirá frutos en abundancia, y su vida dejará huellas imborrables que perdurarán para siempre.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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