EL PERDÓN QUE LO CAMBIA TODO
✨ EL PERDÓN QUE LO CAMBIA TODO
«Los rociaré con agua pura, y quedarán purificados. Los limpiaré de todas sus impurezas e idolatrías. Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes» (Ezequiel 36:25-27 NVI).
El perdón no es un simple concepto humano nacido de la conveniencia o de la psicología moderna; es una maravillosa idea concebida por Dios mismo. Él, en su infinita sabiduría y amor, lo diseñó como la vía para restaurar la relación rota con sus criaturas, y a lo largo de toda la historia lo ha practicado una y otra vez con su pueblo. El perdón no es solo un acto aislado de misericordia: es la esencia del carácter divino y la manifestación más clara de su corazón paternal.
Cuando Dios adoptó a Israel en el monte Sinaí, sabía exactamente con quién estaba tratando. No se engañaba respecto a sus escogidos: eran un pueblo terco, incrédulo, ingrato, idólatra, insensible y rebelde. Israel, con el paso del tiempo, no hizo más que confirmar esos rasgos. Sin embargo, lo asombroso es que, a pesar de ello, Dios jamás ha renunciado —ni renunciará— a su sueño de ver a su pueblo «tierno y receptivo», transformado por la obra paciente y poderosa de su Espíritu Santo.
La historia de Israel puede parecer, a primera vista, un interminable ciclo de fracasos, disciplina y nuevas oportunidades. Pero la última palabra no la tiene la obstinación humana, sino la gracia divina. En un futuro cercano, ese pueblo será completamente renovado: Dios quitará de ellos ese corazón obstinado y endurecido como la piedra, que tantas veces los hizo merecedores de severos juicios, y les dará un corazón sensible y obediente. ¡Será un milagro de amor y fidelidad!
El escritor John White expresó con gran acierto: «No hay nada que libere tanto a una persona [o a un pueblo] del control del pecado como el descubrimiento embriagador de que ha sido libremente aceptado y perdonado [por Dios]». El perdón no solo sana la culpa; también abre la puerta a una vida nueva, en la que la obediencia deja de ser una carga y se convierte en una celebración de la libertad recibida.
Ese cambio radical será obra del Espíritu Santo, el magnífico “escultor” divino, quien moldeó a la perfección el carácter manso, obediente y humilde de nuestro Señor Jesucristo. De la misma manera, Él tallará pacientemente el corazón de los israelitas hasta que reflejen la hermosura de su Salvador. Como bien afirmó Paul David Tripp: «Debes comprometerte a obedecer a Dios, no como un pago por tu pecado, sino como una celebración del pago que ya se hizo».
Y qué alentadoras son las palabras de Cirilo de Jerusalén: «Tus ofensas acumuladas no sobrepasan la multitud de las misericordias de Dios; tus heridas no sobrepasan la pericia del Médico de los médicos». Dios no solo perdona: también sana, restaura y convierte las cenizas en belleza. Él ha prometido arrojar al fondo del mar todas las maldades de su pueblo y vendar cada una de sus heridas con la ternura de su amor eterno.
Por eso, el futuro de Israel no es sombrío, sino glorioso. Y lo mismo podemos decir de todos nosotros, que por gracia hemos sido injertados en el olivo de la fe en Jesucristo. El mismo Dios que nunca se rinde con Israel tampoco se rendirá contigo. Si Él promete un corazón nuevo para su pueblo, también promete transformar el tuyo. El mañana es luminoso para quienes se refugian en el perdón del Señor.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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